lunes, 17 de febrero de 2014

VII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 23/02/2014. Mateo 5,17-37

   Como el domingo anterior, seguimos en la línea de lo divino que portamos dentro de nosotros y de cumplir la ley en plenitud. De la semilla interior se desprende una gran finura espiritual en el obrar. Porque la semilla interior es Dios, pero necesitamos entrar en contacto, en amistad con él.

   La primera lectura de hoy (libro bíblico Levítico 19,1-2.17-18) nos pide que seamos santos porque el Señor, nuestro Dios, es santo. En el Antiguo Testamento, multitud de veces a Dios se le llama el Señor. Por esta razón, cuando en el Nuevo Testamento a Jesús se le llama el Señor, se le está dando un nombre divino, es decir, se le llama Dios porque es Dios. Nos da el consejo final de amar al prójimo como a uno mismo y termina afirmando: "Yo soy, el Señor", es decir "Yo soy Dios".

   La segunda lectura es de la 1ª Carta a los Corintios (3,16-23). En ella se afirma que somos templos de Dios, pues el Espíritu de Dios habita en nosotros. ¡Cuántos templos de Dios andan por la calle! Dios nos ama a todos, aunque quizá no todos seamos templo de Dios. Pero, aún así, Dios nos ama infinitamente.


   ¡Nosotros templo de Dios! Esto es lo que verdaderamente importa. Todo lo demás,  la sabiduría de este mundo, es nada. La lectura evangélica, continúa siendo del evangelio de Mateo y continúa en la línea del domingo anterior, donde ya se vió en que consistía cumplir la ley en plenitud. Es llegar a una finura espiritual tan grande que, al final, sólo puede expresarse con un lenguaje hiperbólico o exagerado. Es muy propio de los judíos. Leed reposadamente este evangelio y aprenderéis a penetrar la profundidad de su mensaje, aún separando lo que es propiamente una exageración. Es un trabajo difícil, pero necesario. Y que además, evita mal entendidos.

   Un ejemplo. Dice el evangelio: "Al que quier ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa". Pero, si yo tengo esposa e hijos, o padres ancianos que dependen de mi, no puedo dar lo mío para que quien intenta robarme me deje tranquilo. No puedo permitir que se mueran de hambre mi esposa, hijos o padres. Sin embargo, debemos aprender a ser todo lo tolerantes que podamos sin perjudicar a nadie. A veces es difícil, o muy difícil lograr ser equilibrados, pero lo que sí está claro es que no podemos ser injustos con nadie. Sin embargo, debemos saber comprender, perdonar y abrir nuestros brazos al prójimo.

   Miremos la finura espiritual de Jesús que nos manda: "Haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y os calumnian". Y termina diciendo: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".

   Compromiso:
   Releed y meditad este evangelio.

 
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