martes, 10 de noviembre de 2015

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 15/11/2015. Marcos 13, 24-32

   La primera lectura del Antiguo Testamento, Daniel (12,1-3), junto con el evangelio, nos hacen ver que después de la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos, incluidos los apóstoles, siguen sin comprender el mesianismo verdadero de Cristo. De ahí, que nuevamente se haya elegido como segunda lectura un texto de la carta a los Hebreos. Si la primera lectura y la tercera están escritas en términos apocalípticos, esta característica no falta en la segunda. En efecto, después de mencionar el valor definitivo del sacrificio de Cristo, hace referencia al tiempo final.

   Daniel habla desde una perspectiva apocalíptica. No nos dice como será el fin del mundo, simplemente usa un lenguaje apocalíptico para expresar sus ideas y mensaje. El libro está escrito por el año 167 a.C., gobernando Antioco, y los judíos están fuertemente perseguidos. Es entonces cuando el profeta Daniel anuncia que la victoria final no será de Antioco, sino de Dios. Este profeta nos llama a perseverar en la fidelidad. Los que enseñaron la justicia brillarán como las estrellas.

   La segunda lectura (Hebreos 10, 11-14.18) hace un contraste entre los sacrificios que ofrecen los sacerdotes y el ofrecido por Cristo. Este ha sido único e irrepetible. Con una sola ofrenda ha servido para todos y para siempre. Con ella nos ha perfeccionado a todos. Donde hay perdón ya no se necesitan más ofrendas por los pecados.

   Para comprender correctamente el evangelio de hoy, debemos recordar que, en el Antiguo Testamento, los astros aparecen como objeto de culto idolátrico. Caer el sol o caer la luna es caer uno de esos ídolos. De hecho, había monedas romanas en circulación que llevaban las imágenes del dios Sol y de la diosa Luna. La catástrofe cósmica de la que se habla en este evangelio no puede tomarse en un sentido literal, sino figurado. No indica, pues, el fin del mundo. Los valores de la religión pagana dejan de brillar y entran en crisis, sufren un eclipse. Ha llegado la liberación de los valores paganos, pues los de Cristo iluminan el mundo. Con la simbología tradicional, podemos interpretar la caída de estrellas como reyes paganos que se vienen abajo. Pero, tengamos en cuenta que el liberador no viene de una vez para siempre. Son llegadas sucesivas a través de la historia.

   Dice esta lectura del evangelio que el Hijo del Hombre enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. La fuerza con que viene el Hijo del Hombre representa la fuerza de la vida que nos trae, pues él es el dador de vida en grado sumo. En Marcos, los ángeles se identifican con hombres, con los hombres que evangelizan con la fuerza que viene del Hijo del Hombre. Recordemos que en la primera lectura se nos decía que los que enseñan las cosas de Dios brillarán como las estrellas. Empecemos ya a ser apóstoles de Dios.

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