martes, 2 de febrero de 2010

Domingo V del Tiempo Ordinario. 07/02/2010. Lucas, 5,1-11

En este evangelio se recuerda la pesca milagrosa. La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oir la Palabra de Dios. Lucas es el que más veces menciona la expresión "Palabra de Dios", (4 veces en el evangelio y 14 en los Hechos de los Apóstoles). La predicación sale de Jesús, pero su raíz última está en el mismo Dios. Por eso, la predicación de Jesús es Palabra de Dios.

Jesús predica desde una barca, a orillas del lago de Genesaret. Cuando termina, ordena a Simón Pedro que navegue mar adentro y eche las redes para pescar. Aunque no habían pescado nada en toda la noche. Pedro obedece y la pesca es numerosísima hasta el punto de que casi se rompen las redes y se hunden las barcas. Pedro se arroja a los pies de Jesús y le dice: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Los cristianos, después de la resurrección, llaman Señor a Jesús como ahora lo hace Pedro. Por esta razón, se piensa que este suceso se refiere a después de la resurrección. Se trataría de un símbolo, no de un milagro. Se estaría hablando de los primeros cristianos cuyo grupo crecía, milagrosamente, en abundancia. Jesús dice que sus discípulos serán pescadores de hombres vivos. Nosotros también somos llamados por Jesús a rescatar con vida a quien anda amenazado por la muerte.

Pero, para pescar no debemos absolutizar el cristianismo oficial. Por encima de todo, debemos recordar el amor inmenso con que Dios nos ama. El Espíritu de Jesús que habita en nosotros, aunque disentamos de lo que afirma la jerarquía. Iglesia no es sólo la jerarquía. Iglesia somos todos si estamos con Jesús. Recordemos las palabras proféticas de J. Ratzinger en su obra "Introducción al cristianismo", Salamanca, Sígueme, 1970, pág. 301. Dice así: "Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo".

Oigamos, pues, la voz de Dios, el Espíritu de Jesús, y no nos avergoncemos de extender el reino de Dios. Seamos personas de fe. No nos avergoncemos de nuestra fe en Jesús de Nazaret y lograremos pescar aunque no seamos conscientes de ello.

 
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