miércoles, 9 de septiembre de 2015

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 13/09/2015. Marcos 8,27-35

   Las lecturas del presente domingo giran frontalmente alrededor de la aceptación del mensaje divino. La primera lectura (Isaías 50, 5-9a) presenta al que recibe el mensaje de Dios afirmando: "El Señor Dios me abrió los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás". ¡Cuántas veces, nosotros, hemos oído claramente el mensaje de Dios en el interior de nuestros corazones y, consciente o inconscientemente, lo hemos dejado de lado! Sin embargo, Isaías ofreció su espalda, su mejilla, su rostro, pero sabía que Dios estaba junto a él. Tuvo que sufrir, pero no renunció a ser fiel, a predicar y propagar el mensaje divino. Aprendamos la lección y sigamos su ejemplo.

    La lectura de la carta de Santiago (2, 14-18) pone en relación la aceptación del mensaje de Dios por la fe, y la realización de las obras que conlleva. Toda aceptación de un mensaje divino tiene como exigencia determinadas obras. Por esta razón, afirma esta lectura que la fe sin obras es fe muerta. Los creyentes cristianos debemos aceptar a Cristo y su mensaje con obras incluidas. Obras que son el fruto de una profunda fe.

   La lectura evangélica comienza con una pregunta hecha por Jesús: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Los hombres en este evangelio de Marcos, significa o se refiere a la gente que no tiene a Jesús por maestro. Para ellos, Jesús no es el Mesías, sino el que prepara la venida del Mesías. Esto es lo que piensan los hombres, la gente.

   A continuación, Jesús pregunta a los discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Pedro toma la palabra y dice: "Tú eres el Mesías". Pedro hace una afirmación equivocada. Para él, Jesús es el Mesías según lo conciben los judíos, es decir, el Mesías nacionalista. Y, una vez más se usa el presente histórico: "él contesta". Se insinúa que esa idea mesiánica sigue vigente en la Iglesia del tiempo en que se escribió el evangelio. Jesús no acepta lo dicho por Pedro. Su respuesta está en la línea de los espíritus demonios, es decir, del nacionalismo judío, y por eso les conmina a que no digan a nadie eso acerca de él. Pedro se lanzó a hablar y afirmó de Jesús una falsedad. Jesús no es un mesías nacionalista. Jesús, como Dios, tiene un amor universal. No es un mesías político, ni nacionalista propio de la mentalidad judía. Jesús no está destinado exclusivamente a Israel, sin ninguna solidaridad con los otros pueblos.

   Ante el fracaso de Jesús, éste empieza a enseñarles a ellos aparte, y lo hace con una enseñanza que contradice el elemento triunfalista del nacionalismo. Empieza a anunciarles el final doloroso antes de su exaltación, debido a la oposición de los hombres a su mensaje. Los senadores, representantes del poder económico, serán, como siempre, los que manejen los hilos contra Jesús.

 
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