lunes, 24 de octubre de 2016

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 30/10/2016. Lucas 19,1-10

   El perdón que Dios nos da en todo momento es la gran enseñanza que se nos presenta hoy. Estamos bajo el amor misericordioso del divino Señor. No sólo en este año de la misericordia, según dispuso el Papa Francisco, sino en todo lo que dure nuestra vida aquí, en la tierra, y fuera de la tierra. Debemos acostumbrarnos a la mirada misericordiosa de Dios.

   Para interiorizar la enseñanza, aprende de memoria y repite con frecuencia estos días: "cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan (Libro de la Sabiduría)".

   La primera lectura (Sab. 11,22-12,2) contiene frases muy preciosas y profundas. Así, "el mundo entero es ante Dios como un grano de arena en la balanza", o "A todos perdonas porque son tuyos". Ante Dios, no somos nada, menos que una gotita de agua o de rocío. Y, aunque no somos nada, él siempre nos perdona y nos acoge.

   En la segunda carta de Pablo a los Tesalonicenses (1,11-2,2) se nos dice que todos estamos llenos de buenos deseos y con una tarea que hacer con relación a la fe. Debemos fomentarlos con seriedad para que puedan cumplirse, y examinar las tareas que pueden permitirnos llevar la fe a los demás.

   En el evangelio, hay un punto que debe subrayarse. Es el gran deseo de ver a Jesús. Zaqueo conservaba en su corazón un gran sentimiento de la verdad y la hermosura. Era muy noble en lo más íntimo de su alma. Por eso, es fácil que Dios anide en su corazón. No en vano, su nombre tanto en griego como en hebreo, significa puro, inocente.

   Jericó produce y exporta mucho bálsamo y es allí donde Zaqueo encuentra a Jesús. Como jefe de publicanos o recaudadores de impuestos para los romanos, se había echo muy fácilmente rico, según las costumbres de la época.

   Por otro lado, la higuera o sicómoro al que subió Zaqueo era un árbol considerado sucio o impuro, porque su fruto se aprovechaba para dar de comer a los cerdos. Por lo tanto, en la cultura de aquella época, fue muy humillante para Zaqueo subirse a la higuera para ver a Jesús. Pero, tal debía de ser el hambre y la sed de ver a Jesús que a Zaqueo no le importó su posición social ni el que dirán. El expresó la gran nobleza de ánimo que albergaba en su interior. No tuvo respetos humanos que pudieran cohibirlo. Es el coraje que nos falta, hoy día, a muchos cristianos. Y, esto nos impide, a menudo dar un buen testimonio de Jesús. Además, Zaqueo puso gran parte de sus riquezas al servicio de los pobres. Su testimonio fue completo. En una palabra, hizo honor a su nombre. Por algo Jesús lo llamó hijo de Abrahán.

   Compromiso:
   Vencer el respeto humano que nos impide evangelizar.

 
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