martes, 30 de octubre de 2018

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 04/11/2018. Marcos, 12, 28b-34

   Hemos entrado en el mes de Noviembre, dedicado al recuerdo y a la oración por los difuntos. Debemos dar siempre gracias a Dios por el testimonio que ellos nos han dejado y el bien que han hecho en este mundo. En la Santa Misa nos recordamos siempre de ellos cuando decimos: "Concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz".

   En el día de hoy, la liturgia de la misa se mueve en el recuerdo de cual es nuestra primera obligación, seguida de la segunda, ambas inseparables. Pero, entre ellas, puesto que todos tenemos pecados, aparece un sacerdocio, el de Jesús, el santo.

   Así, en la primera lectura que se toma del Deuteronomio (6, 2-6) nos recuerda Moisés: "El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas". Y añade: estas palabras grábalas en tu memoria.

   Como observarás, hoy no te hemos propuesto aún ningún texto de la Biblia para que lo recuerdes. Vete considerando tú mismo cual te interesa más.

   La segunda lectura (Hebreos 7, 23-28) nos presenta a Jesús, como decía antes, con el sacerdocio que no pasa y el que vive para siempre pues su sacerdocio no pasa y siempre va a interceder por todos nosotros. Nuestro sacerdote, Cristo Jesús, es santo, inocente, sin mancha, encumbrado en el cielo. Los demás sacerdotes necesitan ofrecer sacrificios por sus propios pecados, pero Jesús no tiene pecado. Todos nuestros sacerdotes beben del sacerdocio de Cristo, pero ellos están llenos de debilidades. Cristo, no.

   El evangelio de este domingo viene a completar la primera lectura. A Jesús se le acerca un letrado, un individuo especialista en la interpretación de la ley. El letrado ya tiene formada su opinión, pero quiere ver si la de Jesús coincide con la suya. Hasta que Jesús no le responde, el letrado no le llama "Maestro". La pregunta del letrado es importante, pues los rabinos tenían en la Ley 613 mandamientos y, generalmente, se consideraba que el precepto del sábado pesaba tanto como todos los demás juntos. Jesús, pues, debe tomar posición en esta discusión. En la respuesta, Jesús comienza diciendo: "Escucha Israel". Así empezaba la profesión diaria de fe judía. Pero, en esta importantísima profesión de fe, el precepto del amor no tenía suficiente importancia, ahogado por tantos mandamientos. El letrado pregunta a Jesús: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?". Y Jesús le responde: "El primero es amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu  mente, con todo tu ser". "El segundo es amarás a tu prójimo como a ti mismo". El hombre le debe a Dios un amor total, es decir, entrega y fidelidad. Debemos estar totalmente orientados a Dios con toda nuestra realidad. Amar a Dios con todo nuestro corazón es adherirse totalmente a El. Amar a Dios es amarlo con la existencia entera, con todo el deseo vital, con toda la fuerza de voluntad, con todo el alma. Con toda la mente, porque Dios es lo más racional que nos podemos imaginar. Amar a Dios con todas nuestras fuerzas es ponernos siempre al servicio del plan de Dios.

   En el evangelio de hoy tenemos una vía para la vía mística. No olvidemos que la religión del futuro o es mística o no existirá. Meditemos profunda y seriamente cómo debemos amar a Dios.

   Compromiso:
   Comprometernos con una vida mística.

 
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