miércoles, 9 de diciembre de 2015

III Domingo de Adviento. Ciclo C. 13/12/2015. Lucas 3,10-18

   Cada vez está más cerca la celebración del nacimiento de Jesús. Se enciende la tercera vela en la corona colocada junto al altar. Representa el tercer domingo del Tiempo de Adviento.

   Hoy es el domingo de la alegría, una alegría que sale del fondo del alma, de lo más íntimo de nuestro espíritu, porque hemos sido bautizados en el Espíritu Santo y lo hemos cultivado en nuestro interior.

   Sofonías (3,14-18a), como primera lectura, nos invita a alegrarnos y gozarnos de todo corazón. El que vive junto a Dios, se alegra y se goza de verdad. Pero, es una alegría sencilla que sale del interior y se deja traslucir. A veces, los que nos conocen lo manifiestan, muy acertadamente cuando nos dicen: "No sé qué tenéis los creyentes, que manifestáis una alegría sencilla y especial. Algo sale de vuestro interior".

   En esta misma línea continúa la segunda lectura (Filipenses 4,4-7). Comienza animándonos a estar siempre alegres en el Señor. El está cerca, muy cerca si tenemos vida de oración. Preguntémonos ¿durante el día, cuántas veces le decimos a Dios que lo amamos? Decirle a Dios que lo amamos, es una oración muy sencilla y muy fecunda. Se hace con el pensamiento, en cualquier lugar y en cualquier momento. Y, como dice esta misma lectura, la paz de Dios custodiará nuestros corazones.

   Y llegamos al evangelio. Se nos relata la predicación de Juan el Bautista. La gente, los publicanos, los militares, todos se acercan para hacerle preguntas. La respuesta es equivalente para todos: ayudar de verdad al que no tiene y no aprovecharse de los demás, injustamente. Ante Juan el Bautista la gente llega a preguntarse si no será él el Mesías, pero su reacción es inmediata: él, Juan, bautiza sólo con agua. El Mesías, Jesús, bautizará con Espíritu Santo y fuego. El agua, en el bautismo de Jesús, es símbolo del Espíritu Santo que nos inunda, nos lava de verdad y nos purifica. Es el Espíritu Santo, a quien sentimos en nuestro interior cuando vivimos cerca de Dios por la oración. Por la fe, por el amor a Dios, el Espíritu se hace presente en nosotros, incluso antes de expresarlo públicamente por el bautismo. Pero, como creyentes, no debemos ocultar nuestra fe. Debemos confesarla públicamente. Y, para ello, hay que sentirla, vivirla.

   Sin embargo, hoy día, es muchísima la juventud que se marcha para siempre, de la Iglesia. Tienen su corazón vacío. No hay vida interior. Es un problema gravísimo que las iglesias deberían afrontar, con oración sí, pero también con imaginación. Tanto los creyentes que tienen algún ministerio como los que no, estamos obligados a ello.

   Compromiso:
   ¿Manifiesto mi vida de creyente o me avergüenzo de ello?

 
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