jueves, 6 de noviembre de 2008

Domingo XXXII del tiempo ordinario. 09/11/2008. Mateo 25, 1-13

Resumen: en el evangelio de hoy, se trata de diez muchachas que cogen sus candiles para ir a recibir al novio. Cinco eran necias y las otras cinco sensatas. Las primeras llevaron los candiles sin aceite; las sensatas, por el contrario, iban provistas de bastante cantidad.

A media noche, avisan que llega el novio y que deben salir a recibirlo. Entonces, las necias piden aceite a las sensatas porque se les apaga el candil. Habían dormido de noche y no se habían provisto de suficiente. Las muchachas sensatas contestan que es mejor que vayan a comprarlo porque es posible que el aceite no alcance para todas.

Mientras marchan a comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron a la boda y se cerró la puerta, que ya no se abrió para las otras.

Jesús concluye: "estad en vela, que no sabeis el día ni la hora".

En este tipo de parábolas, y teniendo en cuenta las diversas tradiciones eclesiásticas, sería conveniente distinguir entre "las palabras", "la fe" y "las obras". Es manifiesto que por "el palabrerio" o "bla, bla, bla" nadie se salva. Sin embargo, según Pablo, nos justificamos por la fe y no por las obras. Pero, la fe en Jesucristo es siempre una fe activa, que culmina en obras, aunque sean obras que van en contra de lo moralmente mandado por la jerarquía eclesiástica. Un ejemplo muy sencillo y fácil de asimilar es el de no ir a misa un domingo por atender a un enfermo. Al obrar así muchos cristianos no quedan tranquilos por falta de una fe profunda. Se debe afirmar y enseñar que el quedar tranquilos supone una fe profunda en Jesús. Esta fe en Jesús es la que cuenta para la salvación. Por eso dice Pablo que nos salvamos por la fe y no por las obras. Pero por una fe que lleva al abandono total en Jesucristo y en la que cuenta la raíz de la fe. Los frutos son las obras, pero el fruto siempre depende de la raíz. Si hay buena raíz hay frutos. Si no hay raíz no hay frutos. Pero, la fe en Jesús debe ser de raíz profunda, porque la fe en él, es nuestra vida y nuestro sostén. Una fe que debe ser sin temores si tiene buena raíz.
De ser así, el Señor, cuando venga, nos encontrará con la lámpara encendida, iluminada por una fe profunda de la que nace la alegría de ir a recibir al esposo. Esta alegría no da temores. O por lo menos, no debería darlos.

 
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