jueves, 1 de enero de 2015

II Domingo después de Navidad. Ciclo B. 4-1-2015. Juan 1, 1-18

     En este domingo se sigue viviendo aún el espíritu navideño. Se vive la presencia del misterio de Dios. Del misterio de Dios desde la eternidad. De una forma u otra, Dios nos rodea por todas partes, y felices los que viven en Él. Como dice la primera lectura (Eclesiastés 24, 1-4. 12-16), la sabiduría de Dios se gloria en medio de su pueblo. Y cuando los que aman a Dios saben abrir la boca para hablar sencillamente de Dios, el mismo Altísimo se gloria delante de todos. Cuando los creyentes llevamos a Dios en el corazón y lo manifestamos a los demás de hecho y de palabra, la sabiduría de Dios establece su morada en medio de su pueblo.

     La segunda lectura tomada de la carta de los Efesios (1, 3-6. 15-18) consta de dos partes. La primera trata de los beneficios que Dios nos ha concedido en la persona de Cristo. En él nos ha dado toda clase de bendiciones espirituales. En él nos eligió para ser santos por el amor de unos para con los otros. Un amor que, lógicamente, se manifiesta en obras. Pablo, que recuerda estas ideas, reza por ellos a fin de que Dios les de espíritu de sabiduría para que conozcan cada vez más profundamente a Dios. Cuanto más lo conozcamos, más nos daremos cuenta de la riqueza de gloria que nos dará en herencia a los santos. Cuanto más cerca estemos de Dios, cuanto más lo amemos, con la oración y con el amor practicado como ayuda al prójimo cercano, más grande será nuestra esperanza en Dios.

     La lectura evangélica es el comienzo del evangelio de Juan. Empieza hablando del misterio de Cristo desde toda la eternidad. Se le llama el Verbo. Por eso comienza afirmando que en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Con estas palabras se expresa maravillosamente que Dios, a la vez que una realizad, es un profundo misterio. Él se nos hace presente misteriosamente en este mundo, en lo más profundo de nuestro espíritu, de nuestro corazón. Cuando buscamos a Dios por medio de la oración, lo encontramos. Se trata de una oración humilde, confiada, perseverante, continuada. Pero al final veremos a Dios, nos sentiremos junto a Él.

     En su época, Juan fue testigo de la presencia de Jesús en este mundo. Hoy día sigue habiendo muchos testigos de Jesús, sobre todo mujeres, hombres y niños que dan su vida por no renegar de Cristo. Estos han vivido profundamente la experiencia de Dios viniendo al corazón de los hombres.

     Termina el evangelio afirmando que a Dios nunca lo ha visto nadie. Pero, Dios unigénito que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer. Es el misterio de la Trinidad, es el misterio de Dios, comunicándose a nuestros corazones.

Compromiso: aceptar el misterio de Dios como verdadera realidad.


 
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