martes, 16 de marzo de 2010

Domingo V de Cuaresma. 21/03/2010. Juan, 8, 1-11

El evangelio de hoy es sobre la mujer cogida en adulterio. Jesús entra en el templo y, estando allí, el pueblo acude a él y se pone a enseñarles. Entonces los letrados y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio. Deben apedrearla según la ley de Moisés y le preguntan a Jesús qué hacer con ella. Se lo preguntan a mala idea, para poder acusarlo de ir contra la ley religiosa si les contesta que la dejen en paz. En caso contrario, Jesús quedaría mal ante sus seguidores que lo conocen por su comprensión y benevolencia. No olvidemos que Jesús, precisamente porque vino a salvar y no a condenar, come con pecadores para atraerlos a su mensaje.
Jesús les dice que quien esté libre de pecado tire contra ella la primera piedra. Mientras tanto, se distrae haciendo que escribe en el suelo. Todos se van marchando uno a uno. Jesús se levanta y le pregunta a la mujer ¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor, contesta ella. El le dice: tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar.

Este evangelio no puede comentarse siguiendo los enfoques de Juan en su evangelio. Juan tiene un concepto de pecado muy distinto al que en este texto se expone. De hecho, hoy nadie admite que lo haya escrito Juan el evangelista aunque en la misa se presente como propio de él. Las razones que se dan es que no se encuentra en los papiros y códices antiguos más acreditados; este texto contiene varias palabras que Juan no usa jamás; por otra parte, ningún Padre griego lo comenta; además, interrumpe el tema del que se está tratando en la parte que antecede y sigue de dicho evangelio. Además, entre los escritores eclesiásticos griegos no se menciona hasta el año mil ciento y pico, pero advirtiendo que no se encuentra en los mejores ejemplares del evangelio. Por estas importantes razones, se puede afirmar, con rotundiadad, que el pasaje de la mujer adúltera no fue escrito por Juan, en cuyo evangelio se expone hoy día.

Por todo ello, y ya que ha pecado se habla, ¿cómo entiende Juan el pecdo? Cuando afirma, en su capítulo 1º, que Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como rezamos en la misa, no se refiere a nuestros pecados sino al pecado del mundo. En todo hombre o persona, hay un ahelo de vida, de una vida que sólo da Dios. Ese anhelo de vida está profundamente inserto en nuestro propio ser. Quien alguna vez estuvo cerca de Dios, conoce bien la dulzura de esta vida. Pero, ese anhelo de una vida feliz para siempre lo tenemos todos, aunque no hayamos descubierto como puede ser. No buscar esa vida es oponerse al plan de Dios. Este es el pecado del mundo. Con artículo y en singular, como dice Juan y decimos en la misa. Ese pecado no ha de ser expiado, sino eliminado. Y la forma de eliminarlo es por el Espíritu Santo que Jesús nos infunde. De ahí la importancia de nuestra fiel y profunda adhesión a Jesús. Con esta adhesión vamos sabiendo descubrir esa vida de Dios en nosotros que nos llena de amor y felicidad. Amor al Dios y al prójimo. Ir contra esa vida de Dios es el pecado del mundo. Buscarla, conocerla y amarla es un don del mismo Dios. Pero no hay que despreciarla. Hay que cultivarla. Influirá en nuestra propia vida.

Proyecto práctico:
Buscar la forma de conocer esa vida divina que anhelamos sin saberlo. Dejemos que la adhesión a Jesús nos la haga descubrir.

 
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