miércoles, 2 de noviembre de 2016

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 6/11/2016. Lucas 20, 27-38

   Lo que une las lecturas de este domingo no es solamente la realidad de la muerte y la nueva vida, sino la gran actualidad de las mismas por la cantidad de mártires que, hoy día, dan la vida al no renunciar al tesoro de la fe. Además, son de un gran valor para empezar nuestra alfabetización teológica que tanto necesitamos.

   Para interiorizar nuestra fe, repitamos de memoria y, a menudo, la siguiente frase de 2 Macabeos: "Vale la pena morir a manos de los hombres - por testimoniar la fe - cuando se espera que Dios mismo nos resucitará" (7,14).

   La primera lectura (2 Macabeos 7,1-2.9-14) nos presenta a siete hermanos con su madre. Como sucede actualmente, en que gran número de cristianos se ven obligados a dar la vida por ser fieles a Dios y testigos de Cristo, los siete hermanos macabeos y su madre son torturados y asesinados por su fe en Dios. Esto sucede con el rey Antioco IV por los años 170 antes de Cristo.

   Pablo, en la segunda Carta a los Tesalonicenses, nos recuerda la gran esperanza que nos da Cristo y que ella, como obra de Dios, nos consuela internamente. Una importante afirmación es que la fe no es de todos. Por eso, decimos que la fe es un don de Dios, un regalo suyo, sí, pero debemos pedirla, sobre todo, echándonos en las manos de Dios.

   En el evangelio, los fariseos que no admitían la resurrección, tratan de poner a Jesús en un aprieto. Le plantean una dificultad que, aparentemente, pueda dejarlo en un gran ridículo. Le dicen: Una mujer tuvo siete maridos, que fueron muriendo sucesivamente. Y le preguntan: "¿De cuál de ellos será esposa dicha mujer cuando, después de muerta, resucite?" "Pues, los siete han estado casados con ella".

   Jesús responde afirmando que los resucitados serán como ángeles, y por lo tanto, no se casarán. Es una respuesta teológica acertadísima. Además, añade otra razón de una gran profundidad. Afirmamos que Dios es el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Pero, estos personajes ya habían muerto. Y, sin embargo, Dios sigue siendo su Dios y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Para Dios todos están vivos. No con la vida terrena, sino con una vida angélica, espiritual.

   Con el lenguaje de Pablo, y con la segunda lectura en nuestra mente, podemos afirmar que la gran esperanza que Dios ha depositado en nosotros, será plenamente eficaz y no quedaremos disueltos en la nada. El Señor será nuestro Dios para siempre, porque siempre viviremos.

   Compromiso:
   Piensa: tu fe ¿te dispone a dar tu vida por fidelidad a Cristo, si te vieses en tal tesitura?

 
Licencia de Creative Commons
Teología Ovetense by longoria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported License.