martes, 28 de junio de 2016

XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 03/07/2016. Lucas 10,1-12.17-20

    La idea central de las lecturas de este domingo es el reino de Dios que ha de venir. En cada momento, ese reino se percibe de distinta manera, pero siempre se espera con el advenimiento de una era en que ya viviremos en plena felicidad y en cercanía de Dios. Lo comprende, o mejor, lo percibe o lo atisba la persona que tiene vida de oración, que percibe en algunos momentos la presencia de Dios.
 
   La primera lectura (Isaías 66,10-14c) expresa de forma muy humana, pero muy expresiva, lo que será el día de Dios, el día del Señor. Literariamente, se personifica en Jerusalén como mujer. Mamaremos de sus pechos y nos saciaremos de sus consuelos. Será un río de paz. Esta palabra "paz" en hebreo se dice "Shalom" y tiene un significado mucho más amplio que simplemente "paz". Elimina todo conflicto con Dios, es la vivencia de la justicia, el equilibrio, la bendición total. La gloria de Dios se expresa en "Shalom". El final de la lectura encierra un mensaje de Dios muy afectuoso. La sucesión de abrazos, caricias y consuelos maternales provienen de Dios hacia nosotros. La mano protectora de Dios nos cobija maternalmente y nos bendice. Restablece tu relación con Dios y espera en tu corazón las vivencias del Señor Dios.
 
 
   Pablo en los Gálatas (6,14-18) termina con lo que es esencial: "que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con nuestro espíritu". Es lo que Pablo llama la nueva creación. Es el reino de Dios.
 
 
   En el evangelio de hoy se afirma dos veces que el reino de Dios está cerca. Es lo que se decía al comenzar este comentario. Para anunciarlo, Jesús envía a 72 discípulos para que lo prediquen. 72 es 6 veces 12, es un número simbólico y significa plenitud, totalidad, es decir, nos envía a todos. Como afirma el Papa Francisco, el clericalismo es una de las deformaciones más fuertes que debe afrontar la Iglesia. El clericalismo "poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos". Hubo una famosa expresión que decía "es la hora de los laicos", es decir, es la hora de los que no son curas. Pero, el reloj se ha parado, esa expresión quedó en el olvido. Sin embargo, a nadie nos han bautizado cura ni obispo, dice Francisco. Nos han bautizado seglares, laicos, y se nos dio el ser cristianos, algo que nadie podrá eliminar. El clericalismo quita a los hombres y mujeres comprometidas con Cristo las distintas iniciativas, esfuerzos y osadías necesarios para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todas las personas y a todos los lugares. El Espíritu Santo no es sólo propiedad de los que son curas, obispos o el Papa. El Espíritu Santo actúa en todos los cristianos. Sólo hace falta saber escucharlo. De esta forma, los setenta y dos del evangelio de hoy no volverán a casa con los bolsos vacíos. Y no habrán dependido de la iniciativa del cura, como si de él tuviera que depender todo.
 
 
   Compromiso:
   Comprométete en algo por amor a Dios y al hermano.

jueves, 23 de junio de 2016

XIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 26/06/2016. Lucas 9,51-62

   Hoy, como en el domingo anterior, se impone con claridad un hilo conductor de la primera y tercera lectura. Es la  vocación, la llamada de Dios. Cuando hoy son pocos los que se sienten llamados por Dios para una vida de oración, de cercanía con Dios, de la defensa de Dios en medio del mundo, como paisano o como mujer, no consagrado o sí, la jerarquía nos pone dos lecturas sobre la llamada a un quehacer por la causa de Dios. La segunda lectura nos habla de la llamada en general, de la vocación de todo cristiano al amor. Hoy resuena, de una u otra forma, la llamada amorosa de Dios.
 
   La primera lectura nos viene de la mano del primer libro de los Reyes (19,16b.19-21). El profeta Elías, mandado por Dios, debe nombrar a Eliseo como sucesor suyo. Aquel marcha en su busca, lo encuentra arando con doce yuntas y le echa encima su manto. Era la forma correcta de nombrarlo sucesor de parte de Dios. La llamada de Dios llega en cualquier momento y en cualquier sitio. Las personas que viven la fe, saben que esto se da con frecuencia. La llamada de Dios puede llegar caminando por la calle, en casa, en la iglesia o saliendo por el portal o en la discoteca. Lo importante es dócil a Dios. La llamada puede ser para multitud de cosas relacionadas con él, con sus deseos.
 
   Gálatas (5,1.13-18) nos recuerda que nuestra vocación, nuestra llamada, es a la libertad. Pero, no a la libertad egoísta sino a la libertad que nos da el amor, para ayudarnos unos a otros. Esto es andar según el Espíritu. Lo  contrario es andar según los deseos de la carne. Si nos guía el Espíritu de Dios, podemos incluso dejar de cumplir con determinadas leyes religiosas. Aquello de la canción: "Muchos que lo ven (al necesitado) pasan de largo, acaso por llegar temprano al templo" es puro evangelio y está por encima de otras obligaciones emanadas de la misma jerarquía eclesiástica.
 
   El evangelio continúa esta misma línea. Jesús rompe con fuertes tradiciones y costumbres de su contexto cultural y religioso. Eso es lo que Jesús quiere expresar con su frase: "Deja que las mujeres entierren a los muertos". Esas palabras tuvieron que ser un verdadero escándalo porque era uno de los deberes religiosos más sagrados de un hombre, pues era cosa prohibida a las mujeres. Sin duda, Jesús no se opuso al entierro honroso de un padre, pero sí a una estructura opresora de impurezas que impedían acercarse a Dios y discriminaban a la mujer. Toda costumbre o cultura que se oponga a los criterios del evangelio no puede ser aceptada por un cristiano. Es necesario romper con ella. No podemos aceptar ninguna estructura opresora venga de donde venga. En nuestro bautismo, hemos renunciado a todo aquello que nos pueda atar a viejas costumbres o poderes que nos impiden obrar según el evangelio. Debemos no avergonzarnos de manifestarnos creyentes. Para ello, es necesaria la vida de oración y, a la vez, el saber aparecer como personas de fe aumentará nuestra vida de unión con Dios.
 
   Compromiso:
   Dar algún testimonio de nuestra fe.

 

jueves, 16 de junio de 2016

XII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 19/06/2016. Lucas 9, 18-24

 
 
   La primera y tercera lecturas hacen referencia a los sufrimientos por los que ha de pasar el Mesías de Dios. La segunda, como abrazada por las otras, nos presenta el fruto de dichos sufrimientos.
 
   El libro bíblico de Zacarías (12,10-11.13,1) nos muestra un pasaje que los antiguos judíos aceptaron como mesiánico. Una fascinante cita del Talmud en Succah 52a nos indica que, efectivamente, se trata de un texto mesiánico. El Mesías es traspasado, es decir muerto, no necesariamente crucificado, según el lenguaje judío. Sin embargo, sabemos que el Mesías, Jesús, murió crucificado. Y como nos dice la lectura, el Señor ha derramado un Espíritu de gracia y de oración. Pues que se note en nosotros esa gracia y el espíritu de unión con Dios.
 
   Gálatas (3,26-29) nos recuerda que todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Que todo cristiano sea consciente de esta gran verdad es fundamental. La fe no es creer una serie de afirmaciones que llamamos verdades y que en su explicación cabe mucha ideología u opiniones. La fe es aceptar a Cristo como nuestro salvador, como nuestro amigo de verdad, como el enviado de Dios para enseñarnos el camino verdadero. De ello nos da buena lección el papa Francisco. La fe es sencilla. Ve a Cristo en el prójimo. Si la fe es verdadera nos conduce a una vida de oración, de relación con Dios, y a saber echarnos en sus manos cuando las cosas nos van bien o no tan bien, por no decir mal. De echarnos en las manos de Dios con fe y confianza, nunca nos arrepentiremos. Todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
 
   El evangelio, como la primera lectura, de nuevo nos lleva el Mesías. Jesús pregunta a sus discípulos, no sólo a los apóstoles: ¿Quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Jesús les hace ver que, aún siendo verdad que él es el Mesías, tendrá que padecer mucho, ser despreciado y ser ejecutado, pero que resucitará al tercer día. Jesús entendió con gran claridad su misión y el costo que iba a tener el cumplirla. Este es el planteamiento que debemos hacernos los creyentes hoy día. Pensar y sopesar, para no engañarnos, lo que puede costarnos ser creyentes de verdad y asumirlo como hizo Nos da vergüenza por temor a que nos miren con cierta sonrisa.
 
   El papa Francisco es un proyecto de Iglesia y de mundo. El sabe cual es su misión y cual debe ser la de cada uno de nosotros. Su mensaje debemos leerlo diariamente y asimilarlo. Hoy día, por internet es posible.
 
   Compromiso:
   interesarse por las palabras del Papa.
   

martes, 7 de junio de 2016

XI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 12/06/2016. Lucas 7,36-50

   El hilo conductor de las lecturas de hoy es el perdón de los pecados. Es un tema verdaderamente interesante, pues, si somos sinceros, como afirma un dicho, el santo peca siete veces al día. Por lo tanto, siete veces tendrá que pedir perdón o, al menos, diariamente al acostarse.
 
   La primera lectura (2 Samuel 12,7-10.13) nos presenta al profeta Natán recriminando al rey David. Dios afirma, por su boca, todos los beneficios que le concedió a David, entre ellos poner en sus brazos todas las mujeres de Saúl con lo que ello representa. Sin embargo, le afea haber matado a Urías y haberse quedado con su mujer. David responde a Natán, el profeta, con total arrepentimiento. Y, ante tan sincero arrepentimiento, Natán le comunica: el Señor perdona tu pecado. Cuando un pecador se arrepiente de verdad ante Dios, este sin ninguna duda, lo perdona. Cuando obramos así quedamos justificados. Aprendamos a pedir perdón al prójimo y a Dios y sintámonos realmente perdonados. Podemos, pues, comulgar.
 
   La carta de Pablo a los Gálatas (2,16.19-21) es de un significado maravilloso y profundo. Nos enseña que nos justificamos por la fe en Cristo Jesús, no por las obras que manda la ley de Moisés o la ley natural. Justificarnos no significa que Dios mira para otro lado para no ver nuestros pecados, que siguen estando en nosotros, no han sido borrados. Justificarnos, en Pablo, quiere decir que Dios borra nuestros pecados, ya no los tenemos, y nuestro interior, nuestra alma, están llenos de la gracia de Dios. Estamos totalmente santificados. Dios puede mirarnos de frente, pues nuestros pecados han sido borrados realmente. Y esto se logra por la fe, por la aceptación de Cristo Jesús. Pablo nos da una enseñanza más profunda que la de la primera lectura. Si además de pedir perdón a Dios, sabemos que la fe en Cristo ha limpiado y transformado nuestra alma, ahora sí que podemos ir a comulgar, a recibir a Jesús, con verdadero amor y confianza. Podemos echarnos realmente en sus brazos. Entonces es Cristo quien vive en mí.
 
   Ya en el evangelio, diremos que esta lectura es un pasaje que nos anima a activar los sentidos. Hay que leerla y releerla. Una mujer pública irrumpe en un banquete donde está Jesús. Los invitados se echan sobre almohadas inclinadas, con la cabeza junto a la mesa y los pies extendidos hacia atrás. Por eso, le es fácil a la mujer pública ungir los pies a Jesús. Es bastante seguro que Jesús ya le habría hecho cambiar de vida. Sus lágrimas serían de gratitud. Ella regó los pies de Jesús. Los enjugó con sus cabellos, los cubrió de besos y los ungió con perfume. Jesús le dice, según el original griego, que sus pecados ya han sido perdonados. Han sido perdonados porque tuvo mucho amor y por su mucha fe. No hay fe si no hay amor. La fe supone amor y viceversa. Y Dios es entrañablemente misericordioso por eso se rinde y perdona a los que, de verdad, saben amarle a él y al prójimo.
 
   Compromiso:
   leer el evangelio de hoy y, con él, hacer oración.

 
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