martes, 25 de diciembre de 2012

Tiempo de Navidad. Sagrada Familia. 30/12/2012. Ciclo C. Lucas, 2, 42-52

   Jesús va con sus padres al templo, a Jerusalén. Tenía Jesús doce años. No vuelve a casa con sus padres y estos, al darse cuenta, retroceden para buscarlo. Lo encuentran en medio de los maestros y todos ellos están asombrados de su talento. Jesús llama al templo, donde está, la "casa de su Padre".

   Esta es la única historia que se encuentra en los evangelios del Nuevo Testamento, sobre la infancia de Jesús. Otras historias de su infancia se encuentran en los evangelios apócrifos pero, aunque algunas pueden ser históricas, los cristianos no las hemos hecho oficiales. Para nosotros, los evangelios oficiales o canónicos son los cuatro de siempre.

   En el judaísmo, la madurez religiosa del chico se alcanza a los trece años de edad. Entonces, al muchacho se le llama "hijo del precepto" y adquiere todas las obligaciones del varón. El evangelista Lucas presenta a Jesús a los doce años, es decir, un año antes de la madurez religiosa, seguramente para darlo a conocer como poseedor de una extraordinaria cultura y experiencias religiosas, de forma que asombraba incluso a los doctores de la ley bíblica.

   Por primera vez, en los evangelios, Jesús se refiere a Dios como su Padre. "¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?" contesta a sus padres. Jesús tiene una relación especial con Dios y esta conciencia es muy importante para conocer su calidad religiosa, sus vivencias espirituales y la realidad de su ser.

   Sus padres y familia no comprendían este modo de proceder de Jesús, pero María guardaba todas estas cosas en su corazón. No cabe duda que, ante la pérdida de su hijo, José y María sufrieron enormemente. El evangelista Lucas procura equilibrar este comportamiento poco filial, con el convencimiento de que fue un niño modelo, cuya primera virtud era la obediencia.

   Volviendo a su conciencia de Dios como Padre, es algo que le brota con fuerza desde dentro. Tan desde dentro, que al dirigirse a Dios, lo invocaba con una expresión desacostumbrada. Lo llamaba "Abbá" que se traduce como "Padre mío querido". O como "Padrecito" o "Padre mío querido". Este es el rasgo más característico de su oración. Esta forma de orar produjo tal impacto en las comunidades cristianas de habla griega, que dejaban sin traducir la expresión aramea "Abbá" como recuerdo de la experiencia personal de Jesús.

   Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y gracia, delante de Dios y de los hombres. Es una forma de hablar para indicar que se iba haciendo mayor. Gracia, pues, no se refiere a lo que llamamos gracia santificante, sino que está en relación con la sabiduría y la estatura.

   Compromiso:
   Acostúmbrate a hacer oración sin texto, oración que tú vas inventando sobre la marcha. Que te salga de dentro y que puedas llamar a Dios, Padre. Es una experiencia preciosa y enriquecedora. Empieza, aunque no sepas cómo. Y todos los días.

 
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