martes, 4 de noviembre de 2014

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 9/11/214. Juan 2, 13-22

   Hoy celebramos la dedicación de la Basílica de Letrán. Por esta razón, aparece la palabra "templo" varias veces en las lecturas de la misa. La primera pertenece al libro bíblico de Ezequiel (47, 1-2. 8-9.12). Se trata de un manantial que sale del mismo templo, cuyas aguas al desembocar en el mar sanearán sus aguas saladas. El profeta pretende que el lector llegue a vivir, a tener experiencias interiores similares a las suyas y, para ello,  se vale de la imaginación que pone en sus relatos. Por lo tanto quedémonos sólamente con la enseñanza principal o vivencia que el profeta intenta transmitirnos. No cabe duda que ha tenido experiencias fuertes de su unión con Dios, cuando hacía oración en el templo. Esa unión con Dios la sigue viviendo durante el resto de las horas. Esa unión con Dios es un manantial que mana de lo más profundo del ser y transforma nuestra propia vida. La hace fructífera de verdad.

   La segunda lectura (1ª Corintios 3, 9c-11.16-17) nos sitúa ante el edificio y templo de Dios que somos nosotros. Todos tenemos que construir sobre el único cimiento que es Cristo. A nuestro alrededor vemos continuamente construcciones. Dediquémonos a construir el edificio de Dios en nuestras relaciones con los demás, si de verdad el Espíritu de Dios habita en nosotros. Somos templo de Dios y eso mismo debemos ver en los demás.

   El evangelio de hoy nos presenta Jesús expulsando a los vendedores del templo. Juan presenta este suceso al comienzo de la vida pública de Jesús, mientras que los demás evangelistas lo ponen al final, ya casi en el momento de morir. Es que a Juan no le interesa tanto un carácter historicista como la teología que hay detrás de la vida de Jesús. Parece que Juan sacó de su sitio el suceso de los vendedores del templo, para fundamentar teológicamente importantes temas desde el comienzo de su evangelio. Así, todo el ministerio público de Jesús va a estar marcado por el celo por la casa de su Padre Dios.

   Al final de nuestra vida ¿podremos también nosotros afirmar que el celo por las cosas de Dios nos ha consumido siempre? Una vez más, recordemos al Papa Francisco: no debemos balconear, sino salir a la calle.

   Además, el evangelio quiere que lo veamos todo bajo el prisma de la resurrección de Jesús. Esta debe estar siempre presente y debe ser nuestra luz.

   Compromiso:
   ¿Qué puedo hacer yo en mi preocupación por las cosas de Dios?

 
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