lunes, 10 de marzo de 2014

II Domingo de Cuaresma. Ciclo A. 16/03/2014. Mateo 17,1-9

   Dios nos ha bendecido a través de Abrahán y, posterior y definitivamente, a través de Jesucristo y su evangelio.

   Nos dice la primera lectura (Génesis, 12,1-4a) que en nombre de Abrahán se bendecirán todas las  familias de la tierra. "De la tierra", dice el escrito original. Sin embargo, la traducción que nos ofrece la liturgia dice: "todas las familias del mundo". Es lo mismo, aparentemente. Pero, "de la tierra" está haciendo referencia a Adán, que significa "de la tierra". Es decir, a través de Abrahán nos llega la bendición a todos los hijos de Adán. ¿Y por qué? No cabe duda, que por la gran fe de Abrahán, aún cuando parecía que Dios no estaba con él.

   Conservemos siempre nuestra fe en Dios, aún cuando parezca que nos abandona. Está más cerca de nosotros de lo que parece. Al final del túnel siempre se ve la luz. La fe es el vehículo de Dios a través de la historia. Y la fe en Dios no da ceguera, da una luz especial, divina.

Pero, esa bendición que viene de Dios a través de Abrahán estaba ya dispuesta desde antes de la creación, nos dice la segunda lectura (Timoteo 1,8 b-10). Y no por nuestros méritos, sino por medio de Jesucristo.

   Todo ello se nos anuncia y manifiesta a través del evangelio o buena noticia. Es nuestra obligación transmitirlo a los demás, según las fuerzas que Dios nos dé, como nos dice la lectura. Pero, hay que hacerlo.

   Hoy, debemos considerar el evangelio de la transfiguración. Aunque, tradicionalmente, se sitúa este suceso de Jesús en el monte Tabor, algunos autores lo ponen en duda. Dicho monte no era un lugar adecuado para la oración, pues estaba en  él un acuartelamiento de soldados.

   La transfiguración de Jesús, quizá fue una experiencia mística del mismo. La oración de Jesús debía ser de tal cercanía e intimidad con el Padre Dios que, sin lugar a duda, fácilmente se convertía en extasis. Eran verdaderas experiencias místicas. Pedro, Santiago y Juan, que lo acompañan, debieron quedar muy impresionados. Sin duda, Jesús quería enseñarles a orar y el hecho relatado hoy sucedería con relativa frecuencia. No en vano, Jesús llama a Dios con una ternura especial, "papá, papaito". Como el personaje de la Pasión, los discípulos se sienten obligados a decir: "verdaderamente este es Hijo de Dios". En aquel momento, es la voz que resuena desde el cielo y por todas partes. Están aturdidos. La experiencia ha sido maravillosa.

   Aunque no lleguemos, como humanos, a tales experiencias místicas y de unión con Dios Padre, sin embargo, debemos ser siempre personas de oración. Deberíamos dedicar, por lo menos, tres veces al día a orar un poco, unos instantes. ¿Será mucho pedir?

   Compromiso:
   El del final de este comentario: orar tres veces al día.

 
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