miércoles, 26 de enero de 2011

Domingo IV del Tiempo Ordinario. 30-1-2011. Ciclo A. Mateo, 5, 1-12

Este es el evangelio de las Bienaventuranzas. En el evangelio de S. Mateo, Jesús las predica en lo alto de un monte, mientras que Lucas las ubica en una llanura. No coinciden los evangelistas y es que, posiblemente, Mateo juega con el estilo significativo literario. En efecto, en aquella época lo alto del monte tiene un valor teológico y simboliza la presencia de Dios, tanto entre judíos como entre paganos. Los diez mandamientos se proclamaron en lo alto del monte Sinaí. Ahora, los estatutos del reino de Dios, la nueva alianza, también se manifiestan desde lo alto de un monte. Allí se experimenta a Dios.
Para pronunciar las bienaventuranzas, Jesús se sienta porque, aunque allí se goza de la presencia de Dios, Él también pertenece a la esfera divina. A Moisés le habló Dios, pero Jesús da los nuevos mandamientos Él, directamente. El original griego dice que Jesús "abrió la boca", lo que entre los judíos indica la importancia de lo que se va a decir.
Lo primero que Jesús anuncia es que los pobres en el espíritu poseerán el reino de los cielos. En esta bienaventuranza no se trata de acumular riquezas y vivir como si no las tuviéramos. No. Pobres en el espíritu son los que no consideran sus cosas como exclusivamente propias, porque están dispuestos a compartir lo que tienen, cuando los demás lo necesitan. No dan una simple limosna, comparten con el necesitado de verdad.
La segunda y tercera bienaventuranzas se condensan en la cuarta: "Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados". La justicia es al hombre tan necesaria como el comer y el beber. Por justicia, aquí, se entiende el verse libres de opresión y disfrutar de independencia y libertad, dentro de una conducta aceptable. Si Dios está en nosotros, trabajaremos por esa justicia quedaremos saciados experimentalmente.
En la quinta bienaventuranza, mejor que traducir "los misericordiosos", sería decir "bienaventurados los que prestan ayuda". No se trata de un sentimiento de misericordia, sino de realizar obras que ayuden al que lo necesita, en el cuerpo y en el alma.
"Limpios de corazón" es una expresión del salmo 24, y se refiere al que no abriga malos deseos contra su prójimo. A estos, Jesús les promete que verán a Dios, es decir, que tendrán una profunda y constante experiencia de Dios.
Las dos bienaventuranzas anteriores se condensan en la séptima, que afirma que a los que trabajan por la paz, Dios los llamará hijos suyos. Los semitas entienden por paz la justicia, la tranquilidad del hombre y la prosperidad. Para esos que trabajan por la paz, Dios se presenta como Padre, no como soberano. Se trata de una relación de confianza, de hijo.
El premio de la octava bienaventuranza, al igual que la primera, es tener a Dios por rey. Se completan mutuamente.
Por fin, Jesús recuerda lo que, a menudo, tendremos que sufrir por manifestarnos sus discípulos: insultos, calumnias, risas, burlas. Pero aún así, debemos manifestar nuestra alegría de ser fieles a Jesús.

Propósito: sentirme obligado a releer este evangelio. Se trata de los mandamientos del cristiano.


 
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