miércoles, 30 de abril de 2014

III Domingo de Pascua. Ciclo A. 4-5-2014.Lucas 24,13-35

La primera lectura (Hechos de los Apóstoles) nos da una preciosa enseñanza de cómo actúa Dios y de cómo para el no existe el tiempo. De una forma o de otra, nos tropezamos con que Dios es indefinible, con que Dios es un misterio. Aquí la resurrección de Jesús se justifica con la promesa hecha al rey David. El tenía el convencimiento de que Dios no lo entregaría a la muerte y que no conocería la corrupción. Sin embargo, como dice esta misma lectura, David murió y lo enterraron. La lógica de Dios es distinta a la nuestra. Lo que se dijo a David en la fe, se cumplió en la resurrección de Jesús, el Mesías. Aparte de la resurrección del Señor, la gran lección de esta primera lectura es que tanto en las alegrías, como en las penas, en la salud como en la enfermedad, debemos estar siempre en las manos de Dios, confiando en su amor resulte lo que resulte. Pidamos a Dios por nuestros hijos y, sea lo que sea, al final estarán siempre en el camino recto, aunque nosotros no lo veamos o no lo comprendamos. Y no lo olvidemos, Davis está junto a Dios: ¡Que mejor resurrección qué esa!.
En la segunda lectura (1 Pedro 1,17 – 21), se abunda en la misma idea, pues termina afirmando que, por Cristo resucitado, hemos puesto a Dios e nuestra fe y nuestra esperanza.
Con relación al evangelio de los discípulos de Emaús como los rabinos judíos, los cristianos se reunían de dos en dos o de tres en tres para estudiar y descifrar los textos de la Biblia judía o Antiguo Testamento. En esas reuniones, conversaban entre sí sobre las Escrituras o Biblia para interpretar los textos que podían aplicarse a Jesús bien a su nacimiento, vida, muerte o resurrección. Sus ojos se abrían ante nuevas intuiciones. Esta iluminación podía llegar en un momento determinado, inesperadamente.
En este contexto debe situarse el evangelio de hoy, de los dos discípulos de Emaús. Aunque van caminando hablan de todo lo sucedido aquellos días. No sólo conversaban si no que también discutían. Van en una reunión itinerante. Se les une un forastero al que no conocen y resultará ser el mismo Jesús. Después de un pequeño dialogo, Jesús comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en las Escrituras. Cerca de la aldea de Emaús, los dos discípulos ruegan al forastero que no siga camino, que se quede con ellos pues ya se hace de noche. Al cerrar, ya sentados a la mesa, el forastero toma el pan en sus manos, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da. Es una de tantas celebraciones de la Eucaristía que hacían y hacen los cristianos. Jesús está presente en la eucaristía, en medio de los hermanos. Por esta razón el pasaje evangélico de hoy tiene un profundo significado eucarístico. En la Eucaristía, comulgamos con Cristo, lo reconocemos, experimentamos la presencía de Dios, es decir, el Espíritu Santo que se nos comunica. La eucaristía es una joya.


Palabras clave: Eucaristía, Emaús.
Compromiso: Buscar amigos con los que podamos hablar de las cosas de Dios para mutuo enriquecimiento espiritual (como hablamos otras muchas cosas solo para entretenernos)

 
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