lunes, 10 de febrero de 2014

VI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 16/2/214. Mateo 5, 17-37

   Las lecturas de este domingo pueden unificarse bajo el aspecto del obrar de cada hombre con relación al deseo de Dios y a la libre opción de cada uno.

   La primera lectura bíblica se toma del libro de Siracida o Eclesiástico (15, 15-20). Según ellas, ante cada uno de nosotros se presentan dos ofertas, fuego o agua y también muerte o vida. El fuego que lo devasta todo y conduce a la muerte, o el agua que es fuente de vida. Escojamos lo que escojamos, los ojos de Dios ven todas nuestras acciones.

   La segunda lectura bíblica es de la primera carta a los Corintios (2, 6-10) y tiene como tema central, la sabiduría de Dios que  se nos ha dado por el Espíritu. Pero, esto no basta decirlo, no basta escucharlo, ¡hay que vivirlo! Porque es verdad.

   Pero ese Espíritu de Sabiduría tan sólo lo descubrimos si tenemos espíritu de oración, si nos acercamos a Dios, si nos acordamos de El con el pensamiento y si tratamos de hablar de El a los demás. Sólo entonces, sabremos de esa sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios para nuestra gloria.

   Y, ya en el evangelio, se vuelve al obrar, pero aplicándolo a los discípulos de Cristo. No se trata de cumplir determinados preceptos de la ley, como circuncindarse, no comer carne de cerdo, lavarse las manos y, sin embargo, Jesús afirma que la ley se va a cumplir en plenitud, hasta la última letra o tilde.

   Para Jesús no cuenta el cumplimiento de tales tipos de preceptos. Para Jesús cuentan las personas.

   Si el Papa o el Obispo o el párroco tratan de imponernos algo parecido, no estamos obligados a cumplirlos. A Jesús sólo le interesan su Padre y las personas. Por eso, los ejemplos que nos pone este evangelio se refieren todos al ser humano. Y son exigentes, porque hay que cumplir en plenitud el amor a los demás. No sólo se prohibe matar, sino que también la simple pelea y el insulto. Hasta el punto de que por un insulto se puede merecer la condena del fuego. No cabe duda que se trata de una hipérbole o exageración, tan propia del pueblo judío, pero que pone de manifiesto la calidad y exigencias del evangelio. Es necesario cumplir en plenitud la ley antigua. Hasta el punto de que si mi hermano tiene algo contra mí, aunque yo vaya a la eucaristía en domingo, se me pide que la deje y vaya a reconciliarme con mi hermano y ya iré a la  eucaristía cuando la haya.

   Respecto a la mujer casada, ésta pertenecía como una propiedad al marido, y Jesús llama adulterio al simple deseo de esa mujer. Jesús quiere de nosotros una gran finura espiritual y eso es cumplir la plenitud de la ley. La misma finura se pide cuando comprometemos nuestra palabra y fácilmente la reforzamos con el juramento. Jesús nos pide que renunciemos al juramento, que nos baste decir "sí" o "no".

   En nuestro comportamiento, busquemos siempre la finura espiritual pensando en amar cada vez más a Dios y al hermano. No perdamos nunca de vista la idea de plenitud.

   Compromiso:
   Hacer nuestra la idea de "plenitud", tal como se explicó.

 
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