lunes, 12 de abril de 2010

Domingo III de Pascua. 18/04/2010. Juan, 21,1-14

El evangelio de hoy es el de la pesca milagrosa. Es propiamente una imagen de la vida de las primeras comunidades cristianas. El mar donde se pesca es el lago de Tiberíades, también llamado de Galilea. Este nombre es nombre judío, de siempre, pero el primero es nombre pagano. Tiberíades hacía poco que era la capital de Galilea y se llamaba así porque había sido construída en honor del emperador Tiberio. En la multiplicación de los panes Juan usa el nombre de mar de Galilea. Ahora usa el nombre pagano de Tiberíades porque se coloca en un contexto de población pagana. No están solo los apóstoles, sino los discípulos en general. Es la comunidad.

Aquí no se habla de los Doce apóstoles. Doce significa la totalidad de Israel: las doce tribus de Israel. Ahora son siete los discípulos presentes. El número siete referido a los pueblos significa la totalidad de los pueblos, incluídos los paganos, como ya anunciaba el nombre de Tiberíades.

Todos van detrás de Pedro a pescar, pero era de noche y no pescaron nada. Fueron a pescar sólo por seguir a Pedro. No pescaron nada, es decir, no pescaron hombres, no convirtieron a nadie porque no contaron con Jesús. Sólamente seguían a Pedro y esto no basta. La noche, en Juan, significa la ausencia de Jesús. Sin Jesús no se puede salir a pescar, es la noche sin Espíritu. Aunque se siga al Papa o al Obispo, sin Jesús no podemos nada.

Jesús se hace presente, pero no lo conocen. Jesús les pregunta, según el original, si tienen algo para acompañar el pan que, generalmente, se acompañaba de pescado. Este era el companático Jesús los pone en evidencia porque no pescaron nada. El les manda echar de nuevo las redes en un determinado lugar, asegurándoles que pescarán. Así es, en efecto. Las redes amenazan con romperse y no pueden con ellas. Ahora, el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce y le dice a Pedro: "es el Señor". Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer sus señales y reconocerlo.

Pedro estaba desnudo (espiritualmente) porque no había contado con Jesús. Al reconocerlo, se llena del Espíritu y queda vestido espiritualmente. Pedro se tira al mar en dirección a Jesús. Sin embargo, Jesús no responderá al gesto de Pedro, se dirigirá siempre al grupo entero. Es la enseñanza del Concilio Vaticano II. La iglesia somos todos, somos el Pueblo de Dios. Y todos debemos contar para aumentar el grupo de los que se adhieren a Jesús. Contar no sólo como niños obedientes a la jerarquía, sino como corresponsables de verdad, con una iniciativa que debe tenerse en cuenta.

Jesús tiene un pescado preparado y pan, pero les pide también que lleven del pescado que cogieron. Los alimentos que ven los discípulos son los mismos que Jesús había repartido en la segunda Pascua: pan y pescado (capítulo 6). No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada, pero lo que se aporta no se obtiene sin él. Jesús coge el pan y se lo va dando, y lo mismo hace con el pescado. ¡Qué maravilla comer en el banquete del Señor!

Práctica:
Pensar en la responsabilidad que tenemos dentro de la Iglesia, aunque la veamos ir por donde no nos gustaría que vaya.

 
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