lunes, 19 de octubre de 2015

XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 25/10/2015. Marcos 10, 46-52

   Hoy es uno de esos domingos en que las tres lecturas son totalmente independientes entre sí. Pero, si la Biblia es la palabra de Dios, no podemos atrevernos a dejar sin comentario ninguna de las dos primeras para fijarnos solamente en el evangelio. Por tanto, con relación o sin ella, como viene siendo costumbre, sacaremos una adecuada enseñanza de cada lectura.

   El libro bíblico de Jeremías (31, 7-9) nos invita a gritar de alegría. Lo manda el Señor. Gritar de alegría aunque hayan sufrido lo suyo. Ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud que vuelve del cautiverio y vuelve alegre. Se marcharon llorando y ahora regresan llenos de emoción. Van a su tierra y a los suyos. Esto ha sucedido al pueblo judío como pueblo, pero lo mismo podemos afirmar a niveles individuales. Lo importante y necesario para el hombre de fe es conservar siempre la fe en Dios, el amor a Dios suceda lo que suceda. Al final, nos llega siempre la experiencia maravillosa de Dios. Dios es siempre un misterio, pero sabe llenarnos de una gran alegría y de una gran luz.

   El tema de la segunda lectura (Hebreos 5, 1-6) es el sacerdocio a través de la historia. En un primer periodo, es el sacerdocio de Aarón, en que el sacerdote debe ofrecer sacrificios por sus pecados y los de los demás. Ahora, es el sacerdocio de Cristo. El es el sumo y eterno sacerdote, el único sacerdote. No hay más sacerdotes. El, con su sacrificio, redimió a toda la humanidad. Y nos lo aplicamos por la fe viva en Cristo.

   El evangelio tiene datos suficientes para deducir que se trata de un ejemplo ilustrativo de un problema, que sufre la iglesia de Marcos. Del mismo nombre del ciego, deducen los exégetas tres razones distintas para justificar un sentido figurado de la perícopa evangélica. A través de la lectura aparecen otras confirmaciones de dicho sentido ilustrativo, pero no podemos detenernos en ello.

   El ciego, al principio llama a Jesús de manera distinta a como le llama al final. Al principio, dice: "Hijo de David, ten compasión de mí". Al final, le llama "Maestro". En el medio de las dos formas de llamar a Jesús está, sin duda, la conversión del ciego Bartimeo, que le lleva a expresarse de diferente manera. En efecto, el mesianismo davídico cae dentro de la ideología del poder y es propio del sector nacionalista de Galilea. A él pertenece el ciego del evangelio y llama a Jesús Hijo de David, el salvador político-militar de Israel. A la vez, el evangelio presenta dos grupos de seguidores de Jesús: por un lado, una considerable multitud (v.46) y por otro lado, muchos (v.48). Estos quieren impedir que el ciego se dirija a Jesús como Hijo de David. Los muchos "conminan" al ciego usando el mismo verbo que Jesús usa para expulsar a los demonios. Los muchos siguen a Jesús sin el espíritu del judaísmo oficial. Están en sintonía con él. El ciego, aún no curado, reconoce en Jesús al Hombre-Dios, al Mesías Hijo de Dios y lo llama "Señor mío". Es un título que se usaba sólo para dirigirse a Dios, no para seres humanos. En Marcos, los Doce siguen manteniendo su ideología nacionalista y esperan la restauración del reino de Israel. Los seguidores de Jesús, no judíos, (los muchos), se oponen a la deformación del mensaje. Para algunos, este ciego es un cristiano conocido.

   Compromiso:
   Oponte a la deformación del mensaje de Cristo.

 
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