lunes, 25 de julio de 2016

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 31-07-2016. Lucas 12, 13-21

     Hoy en toda la liturgia resuena la palabra provocadora del Qohélet: "vanidad de vanidades, todo es vanidad". Sin embargo, todo cambia en el encuentro con el Señor, en el encuentro con Dios.

     La primera lectura se toma de un libro bíblico que tiene dos nombres: Eclesiastés o Qohélet (1,2;2,21-23). Comienza por la frase ya citada: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". El Qohélet se intranquiliza porque los impíos, a pesar de su vida pecadora, muchas veces viven con mucha prosperidad, más tranquilos y felices que muchos justos. El autor del libro, aunque se manifiesta muy escéptico, cree sinceramente en Dios y proclama que no podemos pedirle cuentas de sus decisiones. La fe no nos exige negar la realidad de la vida, que a veces nos es demasiado dura. Pero Dios al final siempre triunfa. Seamos siempre fieles, en las alegrías y en las penas. No perdamos nunca la fe, por mal que nos vaya. Confiemos en que la luz llega. No nos pesará.

     Colosenses (3,1-5.9-11) nos pide que ya que hemos resucitado con Cristo, busquemos las cosas de arriba. Aunque las cosas de aquí no sean pecaminosas, nos pide Pablo que no nos apeguemos a ellas. Cristo es la síntesis de todo y está en todos, afirma. Nuestra vida está en Cristo escondida en Dios, en el que no existe la vanidad de vanidades.

     El evangelio se pone en la misma línea de la lectura del Eclesiastés. Pero con la vanidad, con la codicia, ¿qué se soluciona? Nada vamos a llevar con nosotros. Todo se va a quedar en este mundo. Sin embargo, Dios nos ha dado a Cristo, un plinton para que saltando sobre él nos lance a las alturas divinas, a las que debemos aspirar. Tal y como termina el evangelio del día, es necesario ser rico ante Dios y no poner el apego en amasar riquezas.

     ¿Y qué es ser rico ante Dios? Lo primero, debe significar ser siempre agradecidos a Él, en todo momento, pues confiamos en que El está siempre con nosotros, en los momentos fáciles y en los difíciles. Nuestra fe debe ser de plena confianza, echándonos en sus brazos, estando siempre en sus manos.

     Ser rico en Dios significa tener presente al hermano, al próximo=prójimo, que a veces nos necesita de verdad, por auténtica necesidad.

     Y una faceta de la que a menudo nos olvidamos: es necesario que aprendamos a conducir o a orientar hacia Dios a las personas con las que hablamos. Nosotros con ellos, y ellos con nosotros, debemos de aprender a ir juntos hacia Dios. O nos salvamos en racimo o nos condenamos en racimo, afirma un slogan de los cursillistas de cristiandad. Todos tenemos responsabilidad ante los demás.

Compromiso: cuando hables con los demás, a ver cómo te las arreglas para hablar algo sobre Dios.

lunes, 18 de julio de 2016

XVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 24/07/2016. Lucas 11,1-13

 
   Las lecturas de hoy nos llevan por el camino del perdón. Del perdón de nuestros pecados y del perdón de los que nos ofenden. Es todo un proyecto de vida basado en la misericordia. Realmente, andar este camino es la senda buena para todos, es la senda que verdaderamente nos acerca a la justicia y a la paz. Es el pensamiento del Papa Francisco.
 
 
   El libro bíblico del Génesis (18,20-32) nos presenta al Señor en un diálogo con Abrahán, acerca del perdón de Sodoma y Gomorra. El pecado de estas ciudades es grave, pero Abrahán intercede para que no sean castigadas y le dice al Señor: ¿vas a destruir al inocente con el culpable? Y si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás? Y así, hasta preguntar ¿y si sólo se encuentran diez? El Señor siempre da la misma contestación: en atención a ellos (a los inocentes) yo perdonaré a todos. Como se ve, el mensaje de esta lectura nos enseña que la misericordia es el nombre mismo de Dios. Es decir, Dios es misericordia.
 
 
   El pensamiento de Pablo (Colosenses 2,12-14) continúa en la misma línea, pues nos manifiesta que porque hemos creído en la fuerza de Dios, él nos dio vida perdonándonos todos los pecados. Y, en efecto, cada vez que pedimos perdón de verdad a Dios, él nos perdona realmente, de forma que no necesitamos someterlos a las llaves de la Iglesia, es decir, no necesitamos confesarnos. La misericordia de Dios se sigue manifestando.
 
 
   El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús haciendo oración "en cierto lugar", que es posiblemente el Templo, según se desprende de algunos pasajes del Nuevo Testamento para la expresión "en cierto lugar". Sin embargo, sabemos que Jesús, a menudo, hace oración en plena naturaleza, y aprovecha incluso la soledad y la noche.


   Los discípulos más de una vez le han visto haciendo oración e, incluso, tranfigurarse durante la misma. Sin duda era muy grande su unión con el Dios Padre. ¡No podía ser menos! Y, ante tan maravilloso espectáculo, los discípulos, no sólo los apóstoles, se atreven a decirle: "Señor, enséñanos a orar". Y Jesús les enseña el Padre Nuestro. Pero, no les enseña una oración, sino que les enseña el modo de orar, pues esa es la pregunta que le  hacen. Por esta razón, el Padre Nuestro no es para rezarlo como nos enseñaron desde niños en el catecismo, sino para meditarlo. Es así como nos puede servir para hacer la oración que Jesús hacía. Y da mucho de sí. No hace falta meditarlo todo de una vez.


   Y, fijémonos como termina el evangelio de hoy. ¡Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden! Esto es lo fundamental de toda oración. Que Dios nos infunda su espíritu, su amor, para que trabajemos por los demás en un sentido material y espiritual. Unidos todos para el progreso material y religioso. Pero, siempre como fruto de nuestra oración, como fruto del Espíritu de Dios que llevamos con nosotros.

   Compromiso:
   Medita sobre lo que más te haya impactado.
   

jueves, 14 de julio de 2016

XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 17/07/2016. Lucas 10,38-42

   El presente domingo está centrado en la gran obra de misericordia que es la hospitalidad. Ya entrado el siglo XXI, parecería que esta obra carece de sentido y, sin embargo, se encuentra en plena vigencia. La primera y tercera lecturas nos la presentan en clara relación con el Señor, refiéranse al Señor Dios o al Señor Jesús.

   El libro del Génesis (18,1-10a) nos presenta la gran hospitalidad propia de los tiempos de Abrahán y de la que él participa con relación a los tres personajes bíblicos. Dos cosas nos pone de manifiesto esta primera lectura: que es necesario recuperar la sensibilidad por lo divino en nuestro mundo y tener espíritu de servicio para con los demás. Abrahán habla con Dios, al que rápidamente reconoce y distingue de los otros dos acompañantes. Con todos ellos se muestra extremadamente hospitalario. Entre nosotros, la hospitalidad ha desaparecido y debemos recuperarla. No olvidemos que estamos celebrando el Año Santo de la Misericordia.

   La carta de Pablo a los Colosenses (1,24-28) dice que Pablo sufre en su carne lo que falta a los dolores de Cristo. Para entender lo que se quiere expresar en este texto, es necesario afirmar con rotundidad que lo que Jesús sufrió sobreabunda para nuestra salvación. No hace falta más. Ahora solo falta nuestro trabajo personal de llevar el evangelio a todas partes, para que todos lleguen a la madurez en su vida de Cristo. Así termina la segunda lectura de hoy. Y a nuestra madurez pertenece la obra de misericordia llamada hospitalidad.

   El evangelio nos presenta a las hermanas Marta y María visitadas por Jesús. Mientras la segunda escucha las palabras del maestro, Marta anda muy afanosa preparando algo que ofrecer al Señor. Nos preguntamos ¿cuál de las dos hermanas cumple mejor con los deseos del evangelio? Jesús reprocha a Marta porque anda inquieta y nerviosa. Con tanta inquietud y movimiento se olvida de lo más fundamental: Dios debe estar presente en todo nuestro quehacer. En la misma hospitalidad, de la que Marta parece tan solícita, es necesario que lo humano y lo divino dinamicen todas nuestras acciones. No lo uno sin lo otro. Evangélicamente, es necesario que tengamos vida de oración, es fundamental, sin ella no podemos hacer nada. Nuestro trabajo apostólico debe ser un transparentar nuestra vida interior, de contacto con Dios. Es la única forma de que nuestro mensaje cristiano pueda ser efectivo. Por esta razón, sin duda, Jesús dice que María ha escogido la mejor parte. Y es verdad, porque sin la parte que escogió María, Marta no puede realizar debidamente lo que se le encomienda. Y sin vida de oración, sin vida de unión con Dios, no podremos realizar las obras de servicio a los demás como proyección del amor de Dios. Lo que llevamos dentro se transluce.

   Compromiso:
   Haz un repaso de las obras de misericordia

lunes, 4 de julio de 2016

XV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 10/07/2016. Lucas 10,25-37

 
   En este domingo se hace realidad una gran verdad teológica: que no podemos hablar de Dios sin hablar del hombre y que no podemos hablar del hombre sin hablar de Dios. Por esta razón, entre la primera y tercera lectura, la segunda nos habla de Cristo Jesús como verdadera imagen de Dios invisible.
 
   La primera lectura, tomada del quinto libro de la Biblia (Deuteronomio 30, 10-14), nos manifiesta la cercanía de los preceptos y mandamientos de Dios. El los ha puesto muy cerca de nosotros. No necesitamos ir a buscarlos al cielo ni cruzar el mar para encontrarlos. La voluntad de Dios está muy cerca de nosotros: está en nuestro corazón y en nuestra boca, sólo hace falta cumplirla. Convirtámonos a Dios con todo el corazón y con toda el alma. Ya nos dice el salmo de hoy (Salmo 68): seamos humildes, busquemos al Señor, a Dios, y vivirá nuestro corazón.
 
   La carta de Pablo a los Colosenses (1, 15-20) comienza en la lectura de hoy, recordándonos que Cristo Jesús es la imagen de Dios invisible. En efecto, no podemos hablar de Dios sin hablar del hombre, sobre todo del hombre que fue Jesús de Nazaret. Hoy día, nos damos cuenta más que nunca de esta gran verdad. Es necesario dialogar con el hombre para ir conociendo cada vez más a Dios. Y en la plenitud del hombre está Jesús. Dialogar con el hombre y, en concreto, con Jesús. Cuanto más dialoguemos con el hombre más nos daremos cuenta de que nuestra fe, sin dejar de ser la fe en el evangelio de Cristo Jesús, debe dermitologizarse o purificarse de primitivas adherencias de otras culturas. Y, no por eso, la fe se va a hundir, por el hombre moderno. Dios, nos dice la segunda lectura, quiere reconciliar consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
 
 
   El evangelio de este domingo tiene como centro la conocida parábola del buen samaritano. Es de una gran profundidad y está muy en línea con la forma de proceder del Papa Francisco. El samaritano es de una religión distinta a la de los propiamente judíos. Un fenómeno muy parecido al de hoy día, en que prácticamente convivimos juntos gente de diversas religiones y denominaciones: protestantes, judíos, seguidores del Corán... Pues bien, la parábola de hoy nos urge que nuestro prójimo son todos. Con todos tenemos, como cristianos, la obligación de practicar la misericordia en el mejor sentido de la palabra. Y, máxime hoy, cuando hay tantos que han tenido que huir de su país debido a guerras y persecuciones. Pongámonos en la misma situación, ¿cómo nos gustaría ser tratados?
 
   Compromiso:
   Vernos nosotros en la piel de esas gentes que se ven obligadas a abandonar sus propias casas, debido a guerras y persecuciones. Y con ignorancia de las costumbres y del idioma del sitio de destino.

 
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