jueves, 14 de julio de 2016

XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 17/07/2016. Lucas 10,38-42

   El presente domingo está centrado en la gran obra de misericordia que es la hospitalidad. Ya entrado el siglo XXI, parecería que esta obra carece de sentido y, sin embargo, se encuentra en plena vigencia. La primera y tercera lecturas nos la presentan en clara relación con el Señor, refiéranse al Señor Dios o al Señor Jesús.

   El libro del Génesis (18,1-10a) nos presenta la gran hospitalidad propia de los tiempos de Abrahán y de la que él participa con relación a los tres personajes bíblicos. Dos cosas nos pone de manifiesto esta primera lectura: que es necesario recuperar la sensibilidad por lo divino en nuestro mundo y tener espíritu de servicio para con los demás. Abrahán habla con Dios, al que rápidamente reconoce y distingue de los otros dos acompañantes. Con todos ellos se muestra extremadamente hospitalario. Entre nosotros, la hospitalidad ha desaparecido y debemos recuperarla. No olvidemos que estamos celebrando el Año Santo de la Misericordia.

   La carta de Pablo a los Colosenses (1,24-28) dice que Pablo sufre en su carne lo que falta a los dolores de Cristo. Para entender lo que se quiere expresar en este texto, es necesario afirmar con rotundidad que lo que Jesús sufrió sobreabunda para nuestra salvación. No hace falta más. Ahora solo falta nuestro trabajo personal de llevar el evangelio a todas partes, para que todos lleguen a la madurez en su vida de Cristo. Así termina la segunda lectura de hoy. Y a nuestra madurez pertenece la obra de misericordia llamada hospitalidad.

   El evangelio nos presenta a las hermanas Marta y María visitadas por Jesús. Mientras la segunda escucha las palabras del maestro, Marta anda muy afanosa preparando algo que ofrecer al Señor. Nos preguntamos ¿cuál de las dos hermanas cumple mejor con los deseos del evangelio? Jesús reprocha a Marta porque anda inquieta y nerviosa. Con tanta inquietud y movimiento se olvida de lo más fundamental: Dios debe estar presente en todo nuestro quehacer. En la misma hospitalidad, de la que Marta parece tan solícita, es necesario que lo humano y lo divino dinamicen todas nuestras acciones. No lo uno sin lo otro. Evangélicamente, es necesario que tengamos vida de oración, es fundamental, sin ella no podemos hacer nada. Nuestro trabajo apostólico debe ser un transparentar nuestra vida interior, de contacto con Dios. Es la única forma de que nuestro mensaje cristiano pueda ser efectivo. Por esta razón, sin duda, Jesús dice que María ha escogido la mejor parte. Y es verdad, porque sin la parte que escogió María, Marta no puede realizar debidamente lo que se le encomienda. Y sin vida de oración, sin vida de unión con Dios, no podremos realizar las obras de servicio a los demás como proyección del amor de Dios. Lo que llevamos dentro se transluce.

   Compromiso:
   Haz un repaso de las obras de misericordia

 
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