miércoles, 25 de noviembre de 2009

Domingo I de Adviento. 29/11/2009. Lucas, 21, 25-28 y 34-36

De nuevo el tema escatológico, apocalíptico o del final de los tiempos. Si primero les tocó a otros evangelios tratar de ello, hoy le toca a Lucas. Se habla en el evangelio de diversas desgracias descritas en un lenguaje llamado apocalíptico: señales en el sol, la luna y las estrellas, la gente enloquecida por el estruendo del mar y el oleaje, llena de angustia. Los astros se tambalean y los hombres están llenos de ansiedad.

Ya en el antiguo testamento hay relatos escritos con este vocabulario, como en los libros de Ezequiel, Daniel y Esdras. El clímax o punto máximo de todas estas calamidades sería la profanación del templo, un sacrilegio desolador. Ese punto se refiere al altar pagano de Zeus establecido en el templo por un rey helenista el año 164 antes de Cristo (Dan, 9, 27). Un hecho histórico se anuncia con ese lenguaje de calamidades metafóricas. En aquella época, poner un ídolo en el templo, como queda dicho, fue un sacrilegio desolador, como si hoy nos ponen los enemigos de Dios un ídolo en nuestras iglesias y nos quitan el sagrario. Sería para nosotros como el fin del mundo, el "acabose". Creo que así comprendemos el lenguaje apocalíptico.

Aparte del antiguo testamento, en el lenguaje apocalíptico pueden mezclarse otras fuentes, como la astrología y mitos habituales del mundo grecorromano.

Algunos piensan que los apocalipsis son sólo una visión del futuro, lo cual conduce a una mala interpretación, olvidando su carácter y su objetivo. Los apocalipsis presentan una determinada situación histórica de persecución tan fuerte que se considera un preludio del fin del mundo y la justificación de los fieles. Se considera que este texto de Lucas hace referencia a los sucesos del año 70 después de Cristo, cuyo remate apoteósico es la destrucción del templo de Jerusalén con toda la revolución que ello comportaba. Era, para aquella época, para el mundo judío o para el cristiano-judío, una verdadera catástrofe cósmica. Lucas manifiesta su preocupación y la de las comunidades para las que escribe. Lucas pone las palabras apocalípticas en boca de Jesús, pero queda claro que, como se vio en el evangelio anterior, ni siquiera el Hijo del Hombre sabe cuando será el final.

¿Cuál es, pues, la enseñanza del evangelio de hoy? El mensaje es mucho más para el presente que para el futuro. Quiere decirnos que debemos estar preparados para cuando nos llegue el juicio de Dios. El misterio de Dios está presente en cada uno de nosotros, esperando sólo a que lo descubramos y respondamos a él. Realmente, ya vivimos en el tiempo final. Jesús ya ha pasado por este mundo y nos ha traído el reino del amor y del perdón. Y ahora, cultivando nuestro amor a Dios, de la mano de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, y amando al prójimo, esperamos el final de nuestra vida donde aparecerá de verdad el nuevo reino de Dios, reuniendo a toda la humanidad: a nuestros padres, abuelos, tatarabuelos, con todos los suyos y con nuestros hijos, nietos, tataranietos y demás. Todos abrazando a Dios por medio de su Hijo Jesucristo.

Propósito: ser fieles a Dios en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, es decir, todos los días de nuestra vida.

 
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