martes, 25 de agosto de 2015

XXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 30-8-2015. Marcos 7, 1-8; 14-15; 21-23

     Han terminado los cinco domingos dedicados a la enseñanza doctrinal sobre la multiplicación de los panes. Hoy volvemos de nuevo al evangelio de Marcos, que es el propio del ciclo B, en el que nos encontramos. La primera y tercera lecturas se refieren a los mandatos del Señor. La segunda recapitula todo en la Palabra.

     El Deuteronomio (4, 1-2; 6,8) es el primer texto que escuchamos hoy, y nos presenta los mandatos dados por Moisés. Ellos fueron la sabiduría y la inteligencia del pueblo escogido. Para ellos, como para nosotros, Dios está siempre muy cerca. Esta gran verdad debemos tenerla siempre muy en cuenta, tanto en las alegrías como en las penas. Nuestro Dios es siempre el Dios de la cercanía, incluso cuando nos toca sufrir. Y las personas que pasan por momentos difíciles, si conservan la cercanía con Dios, descubrirán cada vez más el misterio divino y su presencia amorosa.

     La segunda lectura, tomada de la carta de Santiago (1, 17-18; 21b-22; 27), afirma que en Dios no hay fase o periodos de sombra. En Dios todo es luz y por su Palabra o Pensamiento todos hemos sido hechos para que seamos la primicia o lo primero de sus criaturas. Debemos llevar a la práctica la Palabra o deseos de Dios, que han sido plantados en cada uno de nosotros y nos salvan. No escuchemos solamente la Palabra de Dios, pongámosla en práctica.

     El evangelio de hoy nos sitúa ante la presencia de mandamientos divinos y preceptos humanos dentro de la misma Iglesia. La ideología de los que se acercan a Jesús, según se deduce del análisis del texto, es la propia del judaísmo. Además, se puede pensar que como otras veces, la cuestión que se presenta aquí tiene vigencia en algunas comunidades cristianas de la época de Marcos. Se plantea el problema de que algunos seguidores de Jesús comen sin lavarse las manos. El no cumplir este precepto les convertía en impuros y rompía su relación con Dios. Esto era lo que enseñaban los fariseos como observantes escrupulosos de la ley, dominando la sinagoga. Y Jesús hace todo lo contrario en la multiplicación de los panes. Allí, de los cinco mil, nadie cumplió con la sagrada ley de lavarse las manos. Según la tradición del pueblo escogido, todos los cinco mil quedaron impuros y fuera de la amistad con Dios. Se confundían las leyes de Dios con lo que eran puras tradiciones humanas. Comer sin lavarse las manos no pertenecía a la ley divina, era una imposición debida a los rabinos Hillel y Shammai. Los fariseos atribuían autoridad divina a las tradiciones, equiparándolas a la Ley de Dios, y los letrados eran sus guardianes.

     Es una magnífica enseñanza para los católicos. Estamos llenos de tradiciones que tomamos como dogma de fe, y no son ley de Dios. Las apariciones de María, sus mensajes, no son ningún fundamento de la fe cristiana. No le demos vueltas, nuestro único fundamento es Cristo. El escapulario es otra tradición sin fundamento, así como la Porciúncula y otras formas de ganar indulgencias. La misma confesión fue inventada por frailes irlandeses, no fue instituida por Cristo. El saber corregir estas cosas facilitaría más el camino para conducir mejor las almas de Cristo.

Compromiso: saber ir a lo fundamental: el amor a Dios y a Cristo con todas sus exigencias.



martes, 18 de agosto de 2015

XXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 23-8-2015. Juan 6, 60-69

     La primera lectura presenta un paralelismo con el evangelio en el sentido de aceptación o no, referida bien a Dios, bien a Jesús. La segunda sigue en la línea de la aceptación, pero referida al trato de la esposa por parte del marido. Podríamos decir que hoy es el domingo de la aceptación.

     Es clave en Josué (24, 1-2a; 15-17; 18b) la hermosa afirmación de fe que realiza: "Pero yo y mi casa servimos a Dios". Con esta frase se manifiesta el corazón de un gran líder espiritual que ya se encuentra al final de su vida. Aquí estamos para servir al Señor y debemos hacer todo lo posible para que nuestra familia siga nuestro ejemplo. La decisión de seguir a Dios implica una decisión o un compromiso sincero y verdadero. No olvidemos que ésto influirá positivamente en nuestra familia.

     La carta a los Efesios (5, 21-32) comienza hoy pidiéndonos que seamos respetuosos unos con otros. Así debemos interpretar el resto de esta segunda lectura, que se refiere a las relaciones entre los esposos. La primera parte refleja la cultura de la época, y no tiene por qué ser igual en todos los tiempos. Lo que importa siempre es el amor mutuo. Según esta parte las mujeres deben estar sometidas a sus marido en todo, pero éste sería un aspecto cultural. Para la cultura de hoy, el hombre y la mujer son iguales. La lectura da un paso gigante y va mucho más allá de la cultura, cuando dice que al igual que Cristo dio la vida por su Iglesia, así los esposos deben darla por sus esposas.

     Si en la primera lectura sobresalía la decisión plena de seguir siempre a Dios de serle siempre fiel, en el evangelio de hoy esa fidelidad se representa referida a Cristo. Comer la carne de Cristo y beber su sangre es adherirse plenamente a Jesús, lo que no consiste puramente en imitarlo, sino en interiorizarlo. La unión interiorizada del discípulo con Jesús se expresa con la metáfora del comer y beber. La adhesión a Jesús es una adhesión profunda. Pero amigos, seguirle así, interiorizadamente, es insoportable para los que lo escuchan. Y Jesús les dice que las exigencias que les pide son espíritu y dan vida. Quizá se expresa aquí lo que está sucediendo entre los cristianos de la iglesia de Juan. A Jesús le espera una muerte horrible, pero afirma que esa bajada a la muerte incluye la subida a la vida. Nosotros debemos aprender a ponernos en las manos de Dios con gran fe y confianza, para cuando llegue el momento de nuestra muerte. Las exigencias de Jesús no son una doctrina o sistema teórico: son las vivencias de haberle interiorizado.

     Termina este evangelio diciendo los apóstoles, por boca de Pedro: "Tu eres el consagrado por Dios".

Compromiso: piensa cómo interiorizarías el mensaje de Cristo.



martes, 11 de agosto de 2015

XX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 16/8/2015. Juan 6,51-58

   La idea y realidad del banquete rezuma por todas las lecturas del presente domingo. Por lo mismo, son lecturas plenamente eucarísticas y esta es la idea central que preside la liturgia de este domingo. Es impresionante el resplandor de la eucaristía, que se expande a través de los textos escogidos.

   La primera lectura se toma del libro bíblico de los proverbios (9,1-6). En ella se nos presenta la Sabiduría, que es bíblicamente una personificación de Dios. Ella edifica su casa y la adorna con siete columnas. El número siete, en la cultura judía, representa la perfección y así, podemos afirmar que la casa de la sabiduría es una casa perfecta, fuerte e ideal, grande y bien construida. La Sabiduría mezcló el vino con agua siguiendo la costumbre judía, como se hace en la liturgia católica. El vino concentrado se consideraba desagradable. Así, el vino de la pascua fue mezclado con tres partes de agua. La misma Sabiduría invita a todos al banquete por ella preparado. Grita desde lo alto de la ciudad: "Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado y seguid el camino de la sabiduría, de la sensatez, de la prudencia". Es una llamada a la vida del Espíritu.

   En esta línea continúa la segunda lectura (Efesios 5,15-20). Nos pide que nos demos cuenta de lo que Dios quiere de nosotros y que nos dejemos llenar del Espíritu. Nos anima a cantar, alternando, salmos, himnos y cánticos espirituales. Así como a celebrar continuamente Acción de Gracias.

   Ya, en la lectura evangélica, nos introducimos en un ambiente plenamente eucarístico. Es la enseñanza que sigue a la multiplicación de los panes y que se desarrolla en estos domingos. Para mejor comprensión de este evangelio debemos tener en cuenta que los regalos de Dios, es decir, los dones divinos, tienen todos expresión en nuestra carne, en nuestro cuerpo, en nuestro espíritu. Es la única forma que tenemos de captarlos. Dios entra así en el campo de la experiencia humana. Aceptar a Jesús, adherirse a él, equivale a comerlo y aceptar su donación humana. El Espíritu que se recibe en la Eucaristía lleva al hombre a no temer la muerte, pues la experiencia de una vida con Dios supera todo temor.

   La adhesión a Jesús no queda en lo exterior, sino que es algo interiorizado. Profundamente interiorizado. Esta unión tan fuerte, tan íntima y tan profunda del discípulo con Jesús, se expresa con la metáfora del comer y beber. En consecuencia, la misma unión, la misma vida que existe entre el Padre y el Hijo, existe entre el Hijo, Jesús, y sus discípulos. "Quien coma de este pan (de la eucaristía), vivirá para siempre". Se dirige al individuo, no a la comunidad. Cada uno, tú y yo, hace su opción personal y libremente responsable. Este es el comentario del evangelio de hoy. Meditémoslo y reflexionemos con el texto en las manos.

   Compromiso:
   Atrévete a comulgar con frecuencia e irás viendo como te sumerges en Dios.

jueves, 6 de agosto de 2015

XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. Juan 6, 41-51

   De nuevo el tema del pan, que da vida y fortaleza, es el tema de unión entre primera y tercera lectura. Es muy sugerente el tema de la comida como alimento, no sólo en el plano corporal, sino también en el espiritual. Como ya se dijo, esta aplicación metafórica pertenece a la cultura judía. Muy en concreto, el pan es a la vez alimento del cuerpo y alimento del alma. Alimento que repara nuestras fuerzas y alimento que nos da fuerzas divinas.

   En la primera lectura (1Reyes 19,4-8) el profeta Elías se encuentra totalmente sin fuerzas para seguir cumpliendo con el mensaje divino y ruega a Dios que le quite la vida. Se encuentra rendido porque ha caminado todo el día por el desierto. Ya está muy cansado y no puede más. El ángel del Señor le ofrece pan y agua y le insiste en que coma. Elías come y camina cuarenta días y cuarenta noches para llegar a Horeb, el monte de Dios. Cuarenta días es un número significativo que no se toma al pie de la letra. Quiere decir que fue un trayecto muy largo. Caminó de día y de noche porque iba al monte de Dios. El deseo de estar con Dios y sentir su presencia lo apuraba.

   La segunda lectura (Efesios 4, 30- ) afirma que Dios nos ha marcado con el Espíritu Santo y, por lo mismo debemos desterrar de nosotros toda maldad para con los demás. Debemos perdonarnos unos a otros como Dios nos perdona.

   En cuanto al evangelio o tercera lectura, continuamos con la enseñanza doctrinal que sigue al hecho de la multiplicación de los panes, en el evangelio de Juan. En este domingo, se presentan dos nuevos matices: el rechazo de la gente a Jesús y la pregunta, que se hacen, de cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne. Jesús es el hijo de José, lo conocen todos. Entonces, ¿cómo dice que ha bajado del cielo? El rechazar a Jesús tuvo sus razones. Y aún así, la gente vio algo en Jesús y lo siguió. Pero, lo siguió hasta el extremo de abandonar costumbres muy arraigadas y sagradas. Jesús supera con mucho, la ley de Moisés. Jesús, en el judaísmo, supuso una gran ruptura.

   El evangelio de hoy hace una afirmación en la que, de verdad, no profundizamos. Es una afirmación vital para nuestra propia vida interior y para extender el reinado de Cristo, para ser un apóstol. La frase es: "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre". A menudo, encontramos a personas que no creen en Jesús, pero que tienen buena voluntad. Si les proponemos que sean constantes en hacer una oración, que todo el mundo puede hacer aunque no sea creyente, Dios les dará la fe. Se trata de que todos los días, por lo menos una vez, digan: "Dios, si existes, y me lo haces ver, yo creeré". Tardará más o será, pero, si se persevera en hacer esta oración, con sencillez, la luz llegará y nos vendrá la fe. La frase que comentamos de Jesús se hará realidad.

   Compromiso:
   Todos nos tropezamos con gente que no cree. Hagámosle la propuesta anterior. Aprendamos a entablar una conversación de tipo religioso.

 
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