miércoles, 12 de agosto de 2009

Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 30/08/2009. Marcos, 7,1-8, 14-15, 21-23.

En el evangelio de este domingo se tocan preferentemente dos asuntos muy revelantes en nuestra vida cristiana del siglo XXI:
1º los cambios necesarios en nuestra iglesia y 2º la interpretación de la Biblia.

Sobre el primer tema, el presente histórico, abundante en el texto griego, indica que se trata de incidentes que se producen en la primitiva comunidad cristiana, al relacionarse con judíos practicantes. Para los fariseos, la santidad de las personas depende del cumplimiento de los preceptos legales. La impureza excluía del culto religioso; el impuro no podía encontrarse con Dios. Por esta razón, los judíos se lavaban las manos antes de comer y así quedaban puros. Habían tocado muchísimas cosas impuras y necesitaban poder acercarse a Dios para rezar antes de comer. Lo que no se dedicaba al culto religioso era por naturaleza impuro. Y los fariseos observan que los judíos cristianos comen sin lavarse las manos.

Los fariseos hacen todo eso aferrándose a la tradición de los mayores (v.3). Son muchísimas las tradiciones que deben cumplir, pero, hasta tal punto, que una transgresión de la verdadera ley de Dios era considerada menos grave que la de una de esas tradiciones. ¿No deberíamos examinarnos los católicos, no sea que también hagamos algo parecido? ¿No damos más importancia a tradiciones eclesiásticas que a verdades realmente bíblicas? ¿No es una tradición eclesiástica, impuesta por frailes irlandeses, la confesión de los pecados? ¿Por qué no se da paso a la absolución colectiva sin confesión de pecados, tal como hacen muchos sacerdotes? Es una forma que no va contra el evangelio, pero que es ilícita por la legislación vigente. Podríamos poner otros ejemplos. Son cosas que va pidiendo la evolución cultural del mundo y que no por eso va a disminuir la religiosidad, el amor a Dios y al prójimo. Quizá pueda suceder lo contrario: que aumente si los de Cristo sabemos reaccionar. Que Jesús no tenga que acusarnos de que enseñamos como doctrinas preceptos humanos (v.7). O de que dejamos el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres (v.8). Otro tanto se podría afirmar de los casados por la iglesia, separados después y vueltos a casar por lo civil: ¿no se puede aplicar la forma de actuar de los cristianos ortodoxos? ¿Es que no respetó esta tradición la iglesia católica, en el breve tiempo en que volvió a estar unida con la ortodoxa? En esta se admite un segundo matrimonio con la bendición de la iglesia, aunque no se considere sacramento, pero que sí permite una convivencia lícita. Se trata de tradiciones no de puro evangelio de Jesús que, aunque busque la perfección, lo ideal, no por eso se olvida de lo imperfecto de la vida humana. Eso es lo que dice una buena exégesis.

Jesús dijo: "Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre (v.15)". Esta es una de las grandes frases en toda la historia de las religiones. Pero con ella queda eliminado el código de pureza del Levítico, es decir, el dicho de Jesús se opone a una parte de la Biblia. ¿Qué se deduce de esta implícita enseñanza de Jesús sobre la Biblia? Básicamente, dos cosas. Primero, que la Biblia es la historia del viaje de un pueblo hacia Dios. Nosotros hacemos parte de esa historia hacia Dios. En ese viaje, a veces, es necesario hacer rectificaciones para ir en la verdadera dirección hacia Dios. Es lo que hoy nos enseña Jesús. Con la Biblia, y esa sería la segunda deducción, hemos de estar en un diálogo continuo, que nunca debe cesar, ni debilitarse. Es la palabra de Dios que nos va dando el alimento espiritual oportuno.

En el v.21, aunque el misal pone la palabra "fornicaciones", se trata más bien, de una interpretación, no de una auténtica traducción del original griego. Algunos traducen por libertinajes; otros, por abusos sexuales (como la pedofilia o la violación). Pero no se especifican actos concretos.

Aplicación práctica:
Reflexionar sobre la teología.

 
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