martes, 30 de julio de 2013

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 04/08/2013. Lucas, 12,13-21

   Hoy cogemos la primera lectura del libro bíblico del Eclesiastés, también llamado Cohélet (Ecl. 1,2;2,21-23). Esta palabra "Cohélet" significa predicador, o también, hombre de la asamblea o portavoz del pueblo. Este libro parece como si un contestatario se alzase contra las afirmaciones dogmáticas y tajantes de los sabios de Israel en aquella época.

   El Eclesiastés o Cohélet es un libro que presupone la crítica hecha por el cortito libro de Job, libro también bíblico. Comienza el Eclesiastés afirmando: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". El corazón del hombre experimenta un deseo de absoluto que nunca puede llegar a satisfacer. Sólo en Dios puede llegar a alcanzarlo, pero humananmente, con sólo sus fuerzas, jamás. La vanidad de Eclesiastés es el absurdo, el no poder alcanzar por nosotros mismos lo que nos pide nuestra propia naturaleza.

   Hoy día, vanidad de vanidades son, a menudo, abundantes afirmaciones de la jerarquía hechas sin contrastar. Situándose la jerarquía en el lugar que no le corresponde, es decir, por encima del pueblo de Dios en contra de lo que afirma el Vaticano II.

   Tomemos conciencia de la importancia de ser el pueblo de Dios.

   La segunda lectura se toma de la carta a los colosenses capítulo 3, versículos 1-3 y 9-11. En ella se nos pide que nos despojemos de la vieja condición humana, con sus obras, y nos revistamos de Cristo. Se nos pide que demos muerte a una serie de cosas. Cada uno de nosotros sabe a cuales, delante de Dios. El significado de cada palabra, inclída la fornicación, nos llevaría mucho espacio para explicarlo aquí. Por esta razón, se deja que cada lector busque la forma de ser más fiel a Dios.

   Al final de esta lectura se afirma que "no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En otra parte del Nuevo Testamento se afirma que tampoco hay diferencia entre hombre y mujer. Este texto y otros de ejemplos reales según una exégesis aceptable, se apoyan los defensores del sacerdocio de las mujeres. Cuando Pablo VI consultó a la Comisión Pontificia, esta contestó que, en su opinión, no existía ninguna base bíblica para oponerse a la ordenación de las mujeres al sacerdocio. Sin embargo, los documentos eclesiásticos contrarios a dicha ordenación, dicen apoyarse en la tradición. Preguntamos ¿en qué tradición?

   Respecto al evangelio, nos encontramos con una persona que lícitamente adquiere una enorme riqueza. Surge la pregunta sobre cuales son las responsabilidades que adquirimos si acumulamos más de lo que necesitamos. Aparte, no aparece ninguna palabra de agradecimiento a Dios por la abundante cosecha. Pero, aunque parezca mentira, es más importante el uso cristiano que hagamos de la riqueza. Un cristiano no puede perder de vista que los bienes del mundo, en principio, son para bien de todos. No son para que los acaparen cuatro personas, aunque sea como fruto de su trabajo, y menos de la explotación. El bien de todos como mejor puede realizarse es con una propiedad privada equitativa y evitando las situaciones abusivas. Esto significa ser rico para Dios.

   Compromiso:
   En ti, hay un deseo de infinito que sólo en Dios puedes satisfacer. Piénsalo.

 
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