martes, 5 de octubre de 2010

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 03/10/10. Lucas, 17,5-10.

   Por motivos técnicos informáticos se retrasó la publicación de este evangelio.

   Los apóstoles piden al Señor que les aumente la fe. El señor les contesta que si tuviesen fe como un grano de mostaza harían determinados prodigios. Así comienza el evangelio de hoy. Como observamos aquï no se le llama Jesús por su  nombre. Se le dice "el Señor". Esto indica que el texto evangélico se refiere a después de la resurrección. Es el Señor resucitado. Por eso, Jesús es el Señor. No cabe duda que este texto refleja la vida de los primeros cristianos. Ellos tienen fe. Comprenden que Dios ha venido a visitarnos. Viven la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tienen verdadera fe. Pero, el gran misterio parece incomprensible a la mente humana. Sin embargo, ese misterio aceptado les da una nueva vida, una nueva experiencia. Como decía un gran autor, Danielú, "la fe está basada en un contacto personal con Cristo". Ese contacto es real, pero misterioso.

   Este evangelio da un giro, deja a un lado el tema de la fe y, relatando una pequeña parábola, concluye afirmando que cuando hayan hecho todo lo mandado, digan "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".

   Bien, esta segunda parte se explica por sí sola. Por eso, prefiero hacer unas reflexiones sobre la primera. La referente a la fe. Forma parte de mis experiencias. No hace mucho, leía a un creyente que en su libro decía a sus amigos no creyentes: "Yo os llevo ventaja, porque si hay algo en el otro mundo estoy en el camino recto, y si no lo hay, no perdí nada". Esto es como jugar a un cálculo de probabilidades. No es verdadera fe. Recordando lo afirmado por Danielú, la fe se basa en un contacto personal con Jesús; es un tocarnos e iluminarnos el Espíritu Santo. Es algo que realmente se nos manifiesta, aunque inexplicable.

   La fe tampoco es creer porque te lo dice el sacerdote, que supones que es una persona preparada y que si te lo dice es porque es así. A esta fe la llamamos fe del carbonero. Pero, no es verdadera fe. Esta es siempre obra de Dios, obra de Jesús, obra del Espíritu de Dios. Es un acontecimmiento del Espíritu divino en cada uno de nosostros. Tenemos que guardar y no olvidar las experiencias de Dios, las experiencias del contacto con Cristo en la Eucaristía. Son verdaderas experiencias. No son alucinaciones ni falsas ilusiones. Es Dios que se nos comunica. Nada de todo esto se opone a la razón y, no obstante, es un misterio que permanece en el alma de cada creyente.

   Muchas más cosas podrían decirse de la fe. Pero, si purificamos nuestra fe con lo dicho hasta aquí, Jesús se daría por satisfecho.

   Compromiso:
   No olvidar nuestras experiencias de Dios. Recordarlas y seguir acariciando nuestro contacto personal con el Señor Jesús. Alimentar ese contacto con la oración y recibiendo con fe la comunión.

 
Licencia de Creative Commons
Teología Ovetense by longoria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported License.