martes, 29 de marzo de 2016

II Domingo de Pascua. Ciclo C. 3/04/2016. Juan 20,19-31

   En el domingo de hoy, se respira la resurrección de Cristo por todos los costados. Las lecturas de hoy manifiestan una alegría muy especial que se refleja por sí sola. Este es el gran punto de unión entre todas ellas: ¡¡Cristo ha resucitado y esa es nuestra fe!!

    Los Hechos de los Apóstoles (5,12-16) manifiestan la actuación de los primeros cristianos. Lo primero que hacen es reunirse en el pórtico de Salomón. Es un lugar público, y dicho pórtico lo usaban también otros para reunirse. Pero, dice la lectura que los demás que estaban por allí no se atrevían a juntárseles, aunque se hacían lenguas de ellos. Es un buen comienzo y deberíamos tomar ejemplo. Los cristianos no sabemos usar lugares públicos para reunirnos, sólo sabemos hacerlo en la iglesia. Conozco algunos que sí lo hacen, pero es verdadera excepción. Alrededor de una mesa, por ejemplo, en una cafetería y hablar de Cristo con toda normalidad, como se habla de otras cosas.

   La segunda lectura (Apoc, 1,9-11a.12-13.17-19) nos presenta a Cristo que estaba muerto y vive para siempre. El tiene las llaves de la muerte y del infierno. Es un lenguaje metafórico, pues el infierno era un lugar abominable donde se echaban los cadáveres de los infantes sacrificados a algún ídolo, cosa odiable por Dios. Tan abominable que se le llamó infierno. Y, Jesús tiene las llaves de la resurrección para toda muerte, incluida la de esos niños cruel e injustamente sacrificados.

   El relato evangélico de hoy se refiere a todos los discípulos, es decir, a todos los que dan su adhesión a Jesús. Es necesario tomar en serio este dato. Los discípulos tienen un gran miedo y esa es la razón por la que las puertas están fuertemente atrancadas. Según una correcta traducción del original, las puertas no sólo están cerradas en llave, sino que tienen un buen cerrojo, una barra atravesada o una tranca. Los discípulos se encuentran en un medio francamente hostil. Jesús no recorre ningún espacio desde la puerta, sino que se presenta directamente en el centro del grupo. En efecto, Jesús es para la comunidad la fuente de la vida. Y les dice: "A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados". Este texto no se refiere a lo que llamamos la confesión como comúnmente se cree, sino a la admisión de un individuo en el grupo cristiano. El admitido rompe así con el orden injusto del mundo, y se le declara por la comunidad que su pasado ya no cuenta y  que sus pecados ya no pesan sobre él.

   Recuérdese que Juan no concibe el pecado como una mancha, sino como una actitud del individuo. Pecar es ser cómplice de las injusticias del grupo donde uno vive. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone en favor del hombre, cesa el pecado.

   Jesús resucitado es el centro de la comunidad.

   Compromiso:
   Aprende a corregir tus posturas incorrectas en relación con los demás.

 
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