martes, 22 de febrero de 2022

Domingo VIII del Tiempo Ordinario. 27/02/2022. Lucas ,6, 39-45

Las lecturas de este domingo son unas lecturas, de verdad, muy prácticas, muy adaptadas a nuestro comprender humano. Cuando nacemos de buenos padres, llevamos un buen comienzo. Ya tenemos esbrozado el comienzo del camino, para continuar sobre él. Cuando llegamos por primera vez a nuestra parroquia ya hemos oido hablar sobre Dios y de las cosas de Dios. Intuímos lo que es el amor a los demás, la caridad, el ayudarlos. Estamos en vías de hacer apostolado. Es decir, de trabajar por el reino de Dios, de Cristo. La primera lectura se toma del libro bíblico llamado Eclesiástico, capítulo 27, versículos del 4 al 7,, ambos incluidos. Es como una brevísima lección de psicología abreviada. Cuando oímos a una persona hablar, sin verla, ya nos porduce una impresión agradable o desagradable, a menudo. Por esta razón, esta primera lectura nos dice que el horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación. La segunda lectura es de la primera carta a los Corintios, 15, 54-58. Esta lectura nos pone en el límite de nuestra vida, es decir, cuando lo que se corrompe, que es nuestra carne al morir, se vista de incorruptibilidad, para no corromperse jamás, entonces nuestro cuerpo ya vive para siempre, ya no se corrompe jamás, ¡ya vive para siempre! Por esta razón, procuremos estar siempre junto a Dios y no separarnos de El. Y si alguna vez le fallamos, volvamos siempre la vista hacia él y sepamos pedirle perdón. Hemos llegado a la lectura del evangelio. Se toma de Lucas 6, vesículos 39-45. Cerca del fin, nos dice que no hay árbol bueno que de fruto malo, ni árbol malo que de fruto bueno. Todo este pequeño relato del evangelio nos indica que es necesario vivir arrimados al árbol bueno que, sin dudarlo, es Jesús de Nazaret. Supongo que se habrán dado cuenta de que en este comentario de las lecturas de hoy, hemos saltado el correspondiente al salmo 102, resumido en el conjunto del 1 al 13. Para vivirlo, repitamos con frecuencia, en nuestro interior: "El Señor es compasivo y misericordioso". Hagámoslo varias veces durante el día para ir aprendiendo a vivir la presencia de Dios. Ahora estamos aprendiendo así, pero una vez que hayamos cogido la forma de hacerlo y lo hagamos con frecuencia, iremos, a base de repeticiones, hechas con mucho amor, cogiendo la costumbre de acordarnos de Dios y decirle que lo amamos y que estamos dispuestos a trabajar por él. No olvidemos que somos humanos y que no podemos tener una presencia constante, continuada y prolongada. Es humanamente imposible. Pero, sí podemos hacerlo varias veces al día. Cojamos la costumbre, practiquémosla y estemos alerta para que después de haberla cogido, no la perdamos. No os olvidéis del nombre. Estamos aprendiendo a vivir en la presencia de Dios.

 
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