martes, 4 de mayo de 2010

Domingo VI de Pascua. 09/05/2010. Juan, 14, 23-29

El que me ama, dice Jesús, guarda mi mensaje. En el evangelio de hoy aparecen la palabra o mensaje que Jesús nos dejó, la necesidad inseparable de la actividad como práctica y transmisión de dicho mensaje y la experiencia de la presencia de Dios en nosotros como resultado de lo anterior.

Esta presencia se experimenta como una cercanía. El Padre y Jesús establecen su morada en nosotros por el amor, pues la condición de hijos de Dios, que de verdad lo somos, se expresa en términos de amor. Dice Jesús: "Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Quien cumple el mensaje del amor se hace hijo de Dios. Es la auténtica adhesión a Cristo pues la fe auténtica en Jesús se expresa a través del cumplimiento de su mandamiento del amor. Si somos hijos experimentamos necesariamente la cercanía de nuestro Padre Dios y de Jesús, su hijo divino. Todo es efecto del don del Espíritu que Jesús nos dejó. El evangelio de hoy, las palabras que antes cité se hacen más expresivas si las traducimos así: "vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él".

El que no ama al prójimo con la fuerza con que nos ama Dios, no cumple la palabra de Jesús. Como decía el domingo anterior, no se trata de amar al prójimo como a nosotros mismos, sino de amarlo como Dios mismo nos ama.

Conforme a los versículos 25 y 26, el Espíritu Santo, don del Padre, nos irá recordando todo lo que Jesús dejó dicho. Pero no se trata de recordar una doctrina, sino el mandamiento del amor; el amor con que Dios nos ama y el amo con que nosotros debemos amar a los demás. El Espíritu es el maestro de la comunidad.

En el versículo 27, Jesús se despide de esta vida, dejándonos la paz. Es el saludo de despedida hecho según la forma en que acostumbraban a hacerlo los hebreos. Pero su paz no es como la que da el mundo, la gente. El va a morir y nos dice que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde. Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia. Si vivimos junto a Dios, cumpliendo sus mandatos, sentiremos la presencia de Dios incluso en la hora de nuestra muerte. Experimentaremos a Dios que nos acompaña. Jesús nos dice en el versículo 29, que "nos lo dice ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda su muerte, sigamos creyendo".

Jesús se marcha, pero vuelve con nosotros. Y, aunque se marche a través de una muerte tan dura, por causa de las maldades de este mundo, él se siente en los brazos del Dios Padre y este lo recibirá con los brazos abiertos. Por eso, debemos alegrarnos de este feliz final. Nos abre a nosotros una firme esperanza de estar para siempre experimentando la presencia del mismo Dios.

Práctica:
Tratar de ama al prójimo como Dios nos ama y no como nos amamos a nosotros mismos.

 
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