martes, 13 de octubre de 2015

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 18/10/2015. Marcos 10, 35-45

   Hay algo misterioso que une las tres lecturas de la eucaristía de este domingo. Es el valor del sufrimiento y de los aconteceres de la vida, cuando nos echamos en los brazos de Dios. Cuando no podemos evitar el dolor o las penas, sobrellevarlo con paciencia, con fe en Dios, con la tranquilidad y serenidad que él sólo sabe dar, hace nacer en nosotros una experiencia de Dios que no puede explicarse, pero que es verdadera y sublime.

   La primera lectura (Isaías 53, 10-11) nos hace ver cómo el triturado por el sufrimiento verá la luz y cómo se saciará de conocimiento. Es algo misterioso, pero real. Es real siempre que permanezcamos fieles a Dios. Es necesario estar siempre en las manos de Dios.

   La carta a los Hebreos (4, 14-16) continúa en la misma línea, pero refiriéndose a Cristo como sumo sacerdote. Un sacerdote que atravesó el cielo con los terribles sufrimientos que tuvo que soportar, por culpa de la maldad de algunos hombres. Por esta razón, dice la lectura que nos acerquemos con plena confianza al trono de la gracia, para encontrar la que nos auxilie en cada momento. De ahí la gran importancia de dejarnos estar siempre en las manos de Dios. Haremos lo que esté en nuestras manos, pero con la paz y tranquilidad que sólo Dios sabe dar.

   El evangelio nos presenta a dos apóstoles, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que desean ocupar los primeros puestos. Por el uso del presente histórico en el original - aunque no se refleje en la traducción al castellano - se está indicando que la problemática que refleja este relato evangélico seguía existiendo en la época de Marcos, en que ya no vivían los apóstoles. Esos dos discípulos no piden comprometerse para llevar las personas a Dios, a su reino, como quiere Cristo. Ellos quieren auténticos privilegios, quieren poder. En la actualidad, Francisco se vio obligado a desenmascarar los lobies vaticanos. Por algo él vive en una residencia con todos los demás, fuera de las dependencias para él asignadas oficialmente, en el Vaticano. Así, obtiene una mayor libertad de actuación, liberándose de muchos condicionamientos y presiones. Las ambiciones y deseos de poder se repiten en la misma iglesia de Dios, también en los obispados y en las parroquias. Para detectarlo, basta un somero análisis.

   Los dos apóstoles, Santiago y su hermano Juan, no piensan para nada en la pasión y sufrimientos de Jesús. Ellos pensaban que Jesús, al llegar a Jerusalén, hacia donde se dirigen, ocuparía el trono de Israel. Pero, Jesús iba hacia un terrible sufrimiento, cuyo anuncio les había hecho sin que lo entendieran.

  Nosotros ofrezcámonos a Jesús y colaboremos con él, seriamente y con decisión, para no avergonzarnos de ser sus discípulos y extender su reino.

   Compromiso:
   Decídete a trabajar algo por el reinado de Cristo.

 
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