martes, 7 de octubre de 2014

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. 12/10/2014. Ciclo A. Mateo 22,1-14

   La segunda lectura (Filipenses, 4, 12-14.19-20) viene muy a punto para coordinar la primera lectura con la tercera. En ella está el fuerte espiritual de este domingo.

   En cuanto a la primera, tomada del libro bíblico de Isaías (25, 6-10 a),  nos recuerda la concepción antigua de que Dios habita en los montes (tres veces se nos recuerda). Aún hoy día, son muchas las personas creyentes que al subir a un monte alto, con una vista buena de naturaleza, afirman que se siente la cercanía de Dios y que se sienten invitados a rezar. Es el encanto de la montaña para el ser humano: belleza estética, espiritual y, por ende, religiosa. ¡La creencia religiosa es de belleza espiritual. Lo sabe el alma creyente!¡Vete a la montaña y saborea  a Dios, junto con toda la belleza natural!

   Y dice esta primera lectura que en el monte se dirá: "Aquí está nuestro Dios: celebremos y gocemos con su salvación". La salvación que viene de Dios porque, como dice la segunda lectura, Dios tiene una gran riqueza en Cristo Jesús. Pablo lo afirma porque, debido a su propia experiencia, llega a la conclusión de que todo lo puede en aquel que lo conforta, es decir, en Cristo Jesús. Pablo sabía, por propia experiencia, lo que era vivir en pobreza y abundancia, en hartura y en hambre, y Cristo le había dado siempre fuerzas para soportarlo todo. Por eso se puede afirmar que Dios tiene en Cristo una gran riqueza. Una gran riqueza para traernos la salvación y una gran riqueza para ayudarnos a soportarlo todo.

   Por esa gran riqueza que aporta Jesús, son muchos los llamados nos dice el final del evangelio de hoy. "Muchos" no tiene el mismo significado que en castellano. En el griego del evangelio, muchos no es un múmero limitado. La misma totalidad son muchos. Es decir, Jesús llama a todos a la salvación o a muchos, que es lo mismo. Nadie queda excluído. Y los que nosotros tenemos por pecadores, como los publicanos y las prostitutas, por su buena voluntad y su apertura a Dios, nos precederán en el reino de los cielos, nos dice Jesús en otro evangelio.

   Dios llama a todos, buenos y malos, sólo nos pide que aceptemos, revistiéndonos de Cristo. De lo contrario no lleva el traje de fiesta. Serán muchos los llamados, y en la lectura evangélica sólo uno no lleva ese traje. Ese es el condenado. Esto es lo que nos aclara la conclusión final. Muchos, todos, son los llamados, pero basta que se pierda uno para que el "muchos" se convierta en "pocos". Tan grande es, humanamente hablando, la tristeza del misterio divino.

   Esa inmensa tristeza nos pone a los creyentes en el disparadero. Si amamos a Dios tenemos que evitarla a toda costa. Como dice Francisco, no tenemos que balconear, tenemos que salir a la calle.

   Compromiso:
   Hoy debes pensar tú el compromiso.


 
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