jueves, 29 de noviembre de 2018

I Domingo de Adviento. Ciclo C. 02/12/2018. Lucas 21, 25-28.34-36

   Empezamos el llamado Tiempo de Adviento, de preparación para la Navidad. Y, hablando de lecturas, dan comienzo las del ciclo C. Las lecturas de la misa nos introducen en uno de los temas más bonitos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad.

   Como frase para recordar y repetir durante la semana se propone la de 1 Tesalonicenses 3 que, hablando de la venida del Señor Jesús, nos pide seamos "santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos".

   La primera lectura es de Jeremías 33, 14-16. El mensaje principal se contiene en que Dios suscitará a David un descendiente que hará justicia y derecho en toda la tierra. Se puede afirmar que todo sucede a partir de dicha promesa.

   La siguiente lectura, tomada de 1 Tesalonicenses, 3, 12-4, 2 ya habla claramente de cómo debemos presentarnos ante Dios nuestro Padre. Nos lo recuerda la frase que hemos escogido para memorizar. Esas son las instrucciones recibidas en nombre del Señor Jesús.

   Ya en la lectura evangélica, se constata que en ella no se habla de estar muertos, sino de que llega el Hijo del hombre, es decir, Jesús el resucitado. Esto es lo importante. El lenguaje en que está escrito este pasaje evangélico es un lenguaje apocalíptico, que no se puede tomar al pie de la letra. Se dice que habrá señales en el sol, la luna y las estrellas... todo un sin fin de calamidades: "Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas... angustias... gran estruendo del mar... temor ante lo que se viene encima... Entonces vendrá el Hijo del hombre sobre una nube, con gran poder y majestad". Este es el lenguaje apocalíptico, involucrando a toda la naturaleza. Y, un día, volverá el Hijo del hombre con o sin el clamor que se describe en el firmamento. Lo principal es que no se emboten nuestros corazones con fuerzas que no sean de una sana alegría, con borracheras y que las penalidades de la vida no nos estorben el vivir cerca de la sana doctrina, cerca de Dios. Que no nos coja de sorpresa el día de la venida del Señor. Que estemos despiertos. Que nos mantengamos siempre en pie para recibir al Hijo del hombre con los brazos abiertos. Que cumplamos los buenos deseos que expresamos en la celebración de la misa: ¡Ven Señor Jesús! Son las palabras del final de la consagración.

   Revisemos nuestras vidas. Veamos en qué podemos fallar, en que cosas nuestra vida no es todo lo santa que debería ser, y sepamos corregirnos. Seamos santos de verdad. Ofrezcamos nuestra propia vida por aquellos que más queremos. Si es un ofrecimiento de verdad, reiterado con frecuencia, no sólo es de gran valor ante Dios, sino que la Iglesia lo recibe como gloriosa perla para una proclamación de verdadera santidad. Amemos la santidad. Seamos siempre fieles a Dios.

   Compromiso:
   Dedúcelo, conociendo tu vida.

 
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