lunes, 7 de noviembre de 2016

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 13/11/2016. Lucas 21,5-19

En este domingo, se nos habla del futuro triunfo de la justicia divina. Será el día, "aquel día", en que actuará el Señor. La destrucción del Templo está presente en dos lecturas. Y, con templo o sin templo, los creyentes estamos siempre en las manos de Dios.

   Interiorizar la enseñanza de este domingo memorizando lo siguiente: "Todos os odiarán por causa de mi nombre. pero, ni un sólo cabello de vuestra cabeza perecerá (Lucas 21)".

   La primera lectura se toma del libro de Malaquías (3,19-20a). Malaquías es un profeta del siglo V antes de Cristo. Lleva a término su misión alrededor del año 445 antes de Cristo. En su época, aparece una falta de confianza en el Dios de la salvación, creciendo la indiferencia en la vida religiosa y moral, siendo escasa la gente que acude a los cultos del Templo. Es una situación muy similar a la de hoy día. Sin embargo, para los que honran a Dios y cumplen su ley de amar al prójimo, saldrá un sol de justicia que los iluminará y que llevará la salud en sus alas.

   La segunda carta de Pablo a los Tesalonicenses (3,7-12) es de total aplicación a los sacerdotes que quieran seguir el ejemplo de Pablo. El apóstol predicaba y extendió el evangelio de Cristo por numerosos lugares, pero vivía de un trabajo suyo, elaborando tiendas de campaña. Es, en cierto sentido, la expresión del pensamiento del papa Francisco que afirma que no debe pedirse dinero por las cosas sagradas, como son los sacramentos.

   El evangelio tiene como centro el Templo de Jerusalén y su gran belleza. Afirma Josefo que los lados del Templo estaban cubiertos de grandes planchas de oro que irradiaban como una bola de fuego cuando salía el sol, y la gente que lo miraba tenía que apartar la vista por la fuerza del reflejo. Pero, detrás de tanta belleza existe una gran bancarrota espiritual, hipocresía, opresión, rechazo hacia Jesús, al evangelio, como se en otros capítulos del mismo. Y este proceder de los hombres, llenos de maldad, nos llevará a guerras y revoluciones, a epidemias y hambres. Echarán mano a los que somos creyentes, nos perseguirán, nos llevarán a los tribunales y nos meterán en la cárcel. Seremos odiados por causa de llevar el nombre de Cristo. Pero, afirma Jesús que ni un  cabello de nuestra cabeza perecerá. Merece la pena ser fieles a Dios hasta el final.

   Como se decía al comentar la primera lectura, hoy existe una situación muy similar a la de los tiempos de Malaquías, pero también a la que se nos pinta en el evangelio de hoy. Un cristianismo mortecino, al menos en nuestra vieja Europa, es lo que nos toca contemplar, amén de unas guerras crueles donde se decapitan personas sin el menor temor de Dios, simplemente por ser de otra religión. En este caso, por ser cristianos. Aprendamos de estos creyentes a ser siempre fieles a Dios.

   Compromiso:
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