jueves, 23 de septiembre de 2010

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario. 26-9-2010. Lucas, 16, 19-31

Hoy, Jesús nos trae a colación la significativa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón. Aunque sólo se encuentra en el evangelio de Lucas, la mayoría de los exégetas la considera un relato proveniente del mismo Jesús y no de la primitiva comunidad cristiana.
La túnica de lino fino, que provenía de Egipto, nos habla de la vida de lujo y ostentación de aquel rico y poderoso, así como el color de púrpura de sus vestidos indica que pertenece a círculos muy cercanos al rey. La vida de este hombre es una fiesta continua, ya que organiza espléndidos banquetes y fiestas, no sólo con motivo de alguna celebración especial, sino que lo hace todos los días. Seguramente pertenece a las ciudades de Séforis o Jerusalén. Son los que poseen riquezas, tienen gran poder y disfrutan de una vida de lujo en la que no puden ni soñar aquellos que escuchan a Jesús.
Muy cerca de este rico, echado junto a la hermosa puerta de su palacio, se encontraba el mendigo Lázaro. Se dice "hermosa puerta" porque, según significa la palabra original griega, no se trata de la puerta ordinaria de una casa, sino de la puerta ornamental de un palacio. El nombre de Lázaro significa "aquel a quien Dios ayuda". Parece una paradoja, pero es así. Este hombre está hasta tal punto extenuado que no tiene fuerzas para moverse, y sólo se le acercan los perros asilvestrados que vagan por la ciudad, con el fin de lamer sus llagas. Este podía ser el final de aquellos que vivían hundidos en la miseria y sobraban en aquella sociedad.
La mirada penetrante de Jesús desenmascara esta terrible situación. La expone con toda su crudeza. Pero, de pronto, todo cambia. Lázaro muere y, aunque ni se habla de su entierro, la situación da un vuelco total. También el rico muere, aunque se entierre con todos los honores.
A pesar de que la traducción que nos propone la jerarquía para el evangelio de hoy habla del infierno, no es así. En tiempos de Jesús, el haces era el lugar a donde iban los muertos. Allí están justos y pecadores, aunque separados, esperando a que llegue el juicio de Dios. En el lugar de los pecadores existe un gran sufrimiento, hasta que llegue el día del castigo o del perdón.
Esta parábola se explica por ella sola. Ninguna religión será bendecida por Dios si no reclama, de una forma o de otra, la verdadera justicia para todos los hombres. Una justicia llena de amor y de hermandad que haga totalmente distinto el mundo en que vivimos.
Este es el mensaje de Jesús. Este es el modo de vivir que se nos pide a los cristianos. Esto es lo que Dios quiere.

Compromiso: leer la parábola completa en el evangelio de Lucas. Aquí ha quedado mucho sin explicar.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Domingo XXV del Tiempo Ordinario. 19-9-2010. Lucas 16, 1-13

El evangelio de hoy se encuentra en el extenso relato que Lucas hace sobre el viaje de Jesús a Jerusalén. Al igual que los evangelios de Marcos y Mateo, Lucas tiene en su mente la situación de la Iglesia tras la muerte de Jesús. Esto es muy importante tenerlo en cuenta a la hora de comprenderlos.
Hoy, el evangelista pone en boca de Jesús la parábola del administrador infiel. Un hombre rico se entera de que su gestor le administra mal los bienes. Este, al ver que va a ser despedido, llama a los deudores y les concede que rebajen a la mitad su deuda. Así, el administrador piensa tener amigos que lo reciban cuando sea despedido. Es una parábola que sólo nos transmite el evangelio de Lucas. Ni Mateo, ni Marcos ni Juan lo hacen.
Seguramente, en la primitiva comunidad cristiana, existían ricos terratenientes cuya riqueza la habían adquirido explotando a los campesinos, único colectivo que producía riqueza en aquella época. El reino de Dios exige terminar con esa inicua explotación. Por esta razón el evangelio de hoy analiza afirmando que no podemos servir a Dios y al dinero a la vez.
Debido a enfermedades o malas cosechas, la penuria era general en las aldeas. La única salida entonces era pedir algún préstamo a los que tenían grandes almacenes de grano. Pero muchos no podían finalmente pagar sus deudas y se veían obligados a hacerlo desprendiéndose de algunas fincas, que pasaban a engrosar las propiedades de los grandes terratenientes. Ello obliga a Jesús a terminar afirmando:

ninguno puede servir a dos amos porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Todos los autores consideran que estas palabras fueron dichas por el mismo Jesús, con lo que estamos tocando su propio pensamiento. Es cosa muy seria.
Las riquezas no pueden ser adquiridas injustamente o aprovechándose de la impotencia de los demás. Cuando por el ahorro y el trabajo se tienen, deben emplearse para el bien y jamás olvidar al necesitado de verdad. Así, tendremos amigos para la vida eterna.
Si en nuestras comunidades cristianas hay ricos epulones, pertenezcan a los simples laicos o a la jerarquía eclesiástica, ya saben lo que tienen que hacer si desean ser creyentes de Cristo.

Compromiso: reflexiona en cristiano sobre el sentido del dinero y la riqueza.


jueves, 9 de septiembre de 2010

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 12-9-2010. Lucas 15, 1-10

Hoy aparece Jesús comiendo con publicanos y pecadores que acuden a escucharle. Por estas cosas, los fariseos y los escribas lo criticaban. Ciertamente, ¿cómo puede acoger a publicanos y pecadores sin ponerles condición alguna?. Ningún profeta había actuado así. Seguramente hoy ninguna comunidad cristiana obrará con esa tolerancia.

Los publicanos eran los que se sentaban en los puestos de cobro para recaudar los impuestos en los peajes y aduanas. Eran conceptuados como ladrones y gente poco honesta. Un grupo considerado como de pecadores y desprestigiados socialmente. Sería equivalente al grupo de prostitutas en el campo de las mujeres. En cuanto a los pecadores, eran aquellos que tenían una actuación o profesión que exigía el rechazo a Dios.

Este trato de Jesús con los pecadores de aquella época nos hace ver que es necesario implantar la misericordia en las familias, entre las gentes y dentro mismo del sistema religioso, de la Iglesia, desterrando todo autoritarismo y restableciendo el sentido evangélico.

En cuanto a la parábola del buen pastor, pensamos que cómo puede un pastor insensato ser metáfora de Dios. ¿No es demasiado arriesgado abandonar el rebaño para ir en busca de una oveja perdida? Y, sobre todo, viendo que la oveja no hace nada por volver al redil. Es que Dios busca recuperar a los pecadores, incluso antes de que den signos de arrepentimiento. Parece que la vuelta del pecador no se debe a su conversión, sino a la gran misericordia de Dios. Para pertenecer a Cristo es importante sentir como nuestra la preocupación de Dios por los perdidos e ir en su busca. A menudo podemos hacer más de lo que pensamos. A veces, una sencilla conversación puede crear inquietudes. Y, en estos casos, debemos aprender a compartir la alegría de Jesús cuando encuentra y echa sobre sus hombros a la oveja perdida.

La parábola de la moneda perdida, seguramente un denario, es lo que ganaba un obrero en un día de trabajo. La mujer no se resigna a perderla. Enciende un candil porque su casa no tiene mucha luz, carece de ventanas. Barre la casa y por fin la encuentra. Sale al patio común, donde se ve siempre con las demás vecinas, y les comunica la buena noticia. Nos preguntamos: ¿será verdad que los pecadores, que tan poco valor tienen para algunos líderes religiosos, son tan queridos por Dios?

Compromiso: tener el valor de sacar alguna conversación de tipo espiritual e ir reconduciéndola hacia Dios.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 5-9-2010. Lucas, 14, 25-33

El evangelio de hoy comienza, aparentemente, con una exigencia verdaderamente dura:

Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Parece como si la intención de Jesús fuera la de desvincularnos totalmente de la familia. Sin embargo, para entender bien dicha frase, debe interpretarse como expresión con un efecto de feed-back. Se trata de una exigencia aterradora y exaltadora a la vez. Si algo nos enseñó Jesús, Palabra de Dios hecha hombre, es la práctica del amor, del amor a los demás. Jesús es el centro, pero el centro arrastra consigo toda una circunferencia. Jesús es el centro, pero cada punto de la circunferencia tiene su especial dignidad. Sobre cada punto recaen amores divinos. Cuando nos hemos entregado al amor de Dios, brota en nosotros hacia los demás un amor más puro, más limpio, más divino. Yo prefiero amar a los míos, y a los demás, con ese amor que nace del amor que Dios nos tiene. Entonces, de nuestro corazón brota una fuente inagotable de amor.

Es así como aprendemos a trascender, a sobrepasar nuestra capacidad inicial de amar. Si perseveramos en la práctica de amar a Dios, a Jesús de Nazaret que se nos da en la Eucaristía, una alegría profunda irá naciendo en nuestros corazones. Hay algunas cosas que sólo se pueden aprender con una práctica constante y entregada, y se se persevera en ella, se descubre que se consigue algo que en principio parecía imposible. La religión nos enseña a descubrir nuevas capacidades de la mente y del corazón. Dios hace en nosotros maravillas cuando tratamos de amarlo de verdad.

Cuando no se practica la religión como espacio dedicado a Dios, se pierde has la facilidad de hacerlo.

En este evangelio, aparecen a continuación dos pequeñas parábolas. La primera trata de una persona que va a construir una torre y que antes debe calcular sus gastos para no fracasar. En la segunda, se trata de un rey que va a dar una batalla. Pero antes debe reflexionar sobre si es posible la victoria; de no estar seguro, buscará una negociación.

Da la impresión de que estas dos parábolas no tienen nada que ver con lo exigido por Jesús en el comienzo del evangelio de hoy, ni con lo afirmado al final del mismo:

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

Por esta razón, algunos expertos afirman que estas dos parábolas no fueron pronunciadas por Jesús, sino que son obra de la primera comunidad cristiana. Nos invitan a la reflexión y a medir las posibles consecuencias de nuestros actos. No está por demás.

Compromiso: meditar sobre la verdad del efecto feed-back explicado en este evangelio.

 
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