martes, 22 de enero de 2013

III Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 27/01/2013. Lucas, 1,1-4;4,14-21

   La lectura evangélica de hoy consta de dos partes como se ve en la cabecera de este comentario. La primera (1,1-4) se presta, más bien, a unas simples pinceladas sobre los comienzos del movimiento cristiano, en el que se iban fundando comunidades cristianas, pero sin que hubiese una autoridad única por encima de ellas. Para todas estas afirmaciones me baso en las investigaciones neotestamentarias de los últimos treinta años y aceptadas por católicos y protestantes. Católicos eminentes que no han sido por ello molestados por el Vaticano, aunque sí por grupos católicos fundamentalistas.

   Cuando desapareció la generación de los apóstoles y profetas, por los años 80 o 100, es decir, cuando ya no queda nadie en este mundo que haya visto y escuchado a Jesús, los cristianos se preguntan: ¿Y ahora, cómo seguimos? La solución la dió la costumbre de la época.

   Ciertamente, cuando ya no existía una persona determinada, pero se deseaba conservar su pensamiento, se recurría a escribir cartas o libros poniendo como autor al mismo fallecido. Era en aquella época una forma totalmente fiable, que  podía equivaler a un juramento serio de que se decía la verdad. Por ejemplo, no todas las cartas que decimos de Pablo son de Pablo pero, ciertamente, reflejan su pensamiento.

   El autor del evangelio que llamamos de Lucas parece ser un escritor más, que trata de transmitirnos fielmente el mensaje de Jesús. Aunque no haya conocido a Jesús, el autor de este evangelio es dado por conocedor de la verdad y la misma comunidad lo acepta como verdadero para siempre. Esta es la verdadera apostolicidad.

   La segunda parte de la lectura evangélica (4,14-21) nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo natal, Nazaret. La gente se reunía los sábados en la sinagoga para escuchar la palabra de Dios o Escrituras. Hecha la lectura, comenzaba la predicación  en la que cualquier varón adulto podía tomar la palabra. Magnífica lección para nuestra Iglesia del siglo XXI en la que sólo predica, mejor o peor, el sacerdote. El pueblo de Dios no tiene el Espíritu, no tiene nada que comunicar para edificar la Iglesia de Cristo. Todo está hecho ya. Aunque solo estuviera permitido hacer una única intervención respetuosa. ¡Sería maravilloso, en este sentido, volver a los tiempos de Jesús! De no ser así, él no hubiera podido hablar.

   Jesús lee un texto de Isaías sobre el jubileo que se hacía cada 49 años. En él se pagaban o condonaban todas las deudas y las tierras volvían a sus antiguos propietarios. Y los que se habían vendido como esclavos para pagar sus deudas, recobraban la libertad.

   Es un resumen del programa que nos trae Jesús: Amor y Perdón.

   (Si alguien desea leer el comentario hecho sobre este mismo evangelio el 24/01/2010 puede buscarlo en Google, escribiendo: teologia ovetense 24/01/2010)

   Compromiso:
   Ante la predicación del sacerdote, saber hacerse un criterio propio y responsable.

 
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