miércoles, 28 de diciembre de 2011

Domingo Solemnidad de Santa María. Ciclo B. 01/01/2012. Lucas, 2,16-21

   En las biografías, según el género literario de la época, la infancia podía abarcar muchos años, es decir, hasta el momento en que empezaba la actuación pública del personaje. Además, en la infancia no se trataba de transmitir todos los datos con precisión y ordenados cronológicamente. Lo importante era poner de manifiesto su honor o fama, ya fuese un honor recibido por herencia o adquirido por la propia actuación del biografiado.

   Precisamente, en el evangelio de hoy, los pastores van a Belén y son portadores de la maravillosa fama que el niño Jesús, recién nacido, ya tiene por toda la comarca. Diríamos hoy: "Acaba de nacer y ya lo conoce todo el mundo". Sin que debamos tomarlo todo al pie de la letra pues se trata del género literario biografía, de aquella época, sin embargo, sí expresa el profundo significado que debe tener para todos nosotros el hecho de que todo un Dios haya tomado carne humana y se haya hecho uno como nosotros. No cabe duda de que se trata de una inmensa alegría y esta alegría que todavía no ha podido percibir la gente, es la que el escritor del evangelio pone anticipadamente en labios de los paisanos del pueblo. ¡Dejémonos también nosotros embriagar de esa alegría tan fina y delicada!

   Los pastores acuden a ver al niño y cuentan todo lo bueno que de él se habla. Y dice el evangelio María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Esta es una magnífica lección que debemos aprender. Aprender y no olvidar. ¡Cuántos recuerdos de nuestros contactos con Dios! ¡Aquellos momentos de tan grata oración! ¡Y los de aridez en los que permanecimos fieles y hoy nos congratulamos de ello! ¡Y cuándo abrazamos al hermano! ¡Y cuándo nos fundimos con Cristo en la comunión! ... ¡Qué momentos tan maravillos que debemos conservar en nuestro corazón como hacía la virgen María!

   Al cumplirse los ocho días van a circuncidar al niño y le ponen por nombre Jesús. Hacen una abertura en la piel que recubre el prepucio del órgano sexual del niño. Era la señal que tenían los judíos como pertenencia al pueblo de Dios. Era también la ceremonia en la que imponían el nombre. Para Dios, no hay partes honestas ni deshonestas. Todo lo hizo Él y, por lo tanto, todo es bueno si el uso es correcto.

   Como dice la segunda lectura de hoy, nosotros, gracias a Jesús, somos hijos de Dios por adopción - sin necesidad de circuncisión ya pertenecemos a su pueblo -. Y como somos hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu que nos hace llamarle "¡Padre!" Dios no sólo nos llenó de alegría enviándonos a Jesús, sino que nos hizo sus herederos proclamándonos hijos.

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