martes, 6 de septiembre de 2011

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 11/09/2011. Mateo 18, 21-35

   Hoy Jesús contesta a una pregunta de Pedro sobre el perdón de las ofensas pero, a continuación, plantea con un ejemplo la radicalidad evangélica del perdón.

   Pedro pregunta a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?" Jesús responde que se debe perdonar hasta setenta veces siempre. El problema de saber perdonar ya era muy difícil en la primera comunidad cristiana. Como se dijo tantas veces, cuando a Jesús se le llama Señor, se refiere a Jesús ya resucitado y, por lo mismo, nos sitúa en las primitivas comunidades de los cristianos. Siempre fue muy difícil perdonar las ofensas y se nos hace muy necesario recordar, a menudo, las enseñanzas del evangelio.

   Pero Jesús no se contenta con la respuesta dada a Pedro. Para hacernos comprender cómo es necesario que perdonemos para que el Padre Dios nos perdone, reafirmando así lo que rezamos en el Padre Nuestro, relata el ejemplo de un rey que desea aclarar las cuentas con sus siervos.

   En las cortes orientales, todos los empleados de la corte, por alta que fuese su categoría, se consideraban siervos del rey. Por supuesto, en el caso desarrollado por Jesús, un siervo que debía diez mil talentos, es decir, sobre veintitantos kilos de oro, debía una cantidad enorme, casi imposible de pagar, aunque tuviese un cargo de cierta categoría. El rey, para cobrar, ordena que vendan al empleado, a su mujer, y a sus hijos y todas sus posesiones. El empleado se arrodilla a los pies del rey y le suplica con la promesa de que se lo pagará. El rey tiene compasión y se lo perdona todo, pero no sabe que su empleado tiene un corazón más duro que las piedras. En efecto, al poco, ese hombre se encuentra con un compañero que le debía cien denarios, es decir, el equivalente a cien días de jornal de un obrero. Ridícula cantidad en comparación con los veintitantos kilos de oro que le habían perdonado al primero. Pero, aquel empleado no perdonó a su compañero y lo metió en la cárcel hasta que le pagase todo. El rey se entera y lo manda llamar.

   Le echa una fuerte reprimenda, lo llama malvado y lo mete en la cárcel hasta que pague todo. Termina afirmando: "Lo mismo hará con vosotros mi padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".

   Como dice la primera lectura, no tienes compasión de tu semejante ¿y pides perdón de tus pecados? Y, yendo a lo positivo, como afirma la segunda lectura de la carta a los romanos, en la vida y en la muerte somos del Señor resucitado. Debemos vivir como tales.

   Compromiso:
   Si ves que hay alguien en tu vida con quien te has enemistado, aunque digas que no le guardas rencor, haz un esfuerzo y, por lo menos, háblale.

 
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