miércoles, 11 de septiembre de 2013

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 15/09/2013. Lucas 15,1-10

   Esta primera lectura de la misa de hoy (Exodo 32,7-11.13-14) contiene un inestimable valor teológico, pues, al mismo tiempo que Dios está sellando su alianza con su pueblo elegido, por medio de Moisés, arriba en el monte, ese pueblo apostata. El dramatismo es grande.

   Dios pensando en el bien de su pueblo y, mientras tanto, el pueblo se fabrica un becerro de oro como idólo. Es verdad que el becerro era considerado como el escabel de la divinidad, pero el pueblo lo convierte en un puro ídolo al que adorarán. El infito amor de Dios por los hombres y la versatilidad, flaqueza y debilidad nuestra, frente a frente. Sin embargo, Dios siempre nos permanece fiel y amoroso. Dios perdona y olvida con facilidad.

   La segunda lectura se toma de la 1ª carta a Timoteo (1,12-17). Cuando se escribe esta carta Pablo ya había muerto mártir. Pero, un discípulo suyo, que conocía muy bien el pensamiento y la actitud de Pablo, la escribe simulando que es el mismo apóstol. En aquella época esta simulación se hacía frecuentemente y era signo seguro de autenticidad y veracidad del pensamiento expresado.

   ¡Qué bonito es que Pablo diga que no sabía lo que hacía cuando perseguía a los cristianos y que, sin embargo, Dios le dió la fe y el amor cristiano, perdonándole!

   El evangelio de hoy es un bonito exponente de la actuación de Dios con los pecadores. Lucas trata a  publicanos y pecadores muy favorablemente pues los considera abiertos al arrepentimiento y a ser discípulos de Jesús. Los publicanos están al servicio de los dominadores romanos y se llaman pecadores, no sólo a los que son culpables de faltas morales, sino también a los que no observan las leyes rituales, por ejemplo, los que no se lavan las manos o no se bañan cuando la religión lo ordena. En nuestra Iglesia Católica, por ejemplo, no son lo mismo los mandamientos de Dios que los preceptos que impone la jerarquía. Lo que Dios de verdad ordena debe cumplirse siempre. Sin embargo, ante lo que ordena la jerarquía tenemos mucha más libertad. Siempre es primero atender al necesitado de verdad que cumplir los preceptos eclesiásticos. Ante los mismos, tenemos una libertad evangélica muy grande y a quien los incumpla no se le puede llamar automáticamente pecador.

   A veces estamos tan preocupados con las leyes de la religión que ello nos hace olvidar  el amor de Dios hacia los pecadores. Jesús habla con publicanos y pecadores y es criticado por los hombres religiosos.

   El amor de Dios a los hombres es una característica de las tres lecturas de esta misa. Y Dios siempre sale al encuentro de los hombres en lo más íntimo de sus corazones. Ello queda bien caracterizado en las parábolas de hoy: El pastor que va en busca de la oveja perdida o la mujer que pierde una moneda. Correspondamos pues a este amor que Dios nos tiene.

   Compromiso:
   Fácilmente adoramos becerros y no a Dios. Busquemos adorar sólamente a Dios en nuestros corazones.

 
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