jueves, 1 de septiembre de 2016

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 4/9/2016. Lucas 14, 25-33

  Introducción:
   Hoy predomina la idea del discipulado. Jesús no quiere engañar a nadie e insiste en las condiciones para ser discípulo suyo. El no quiere realizar en solitario la obra de salvación y nos pide nuestra colaboración. ¿Estamos decididos a prestársela?
 
   Para interiorizar el mensaje repite varias veces durante el día: "¿Quién conocerá tu designio, si tu no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?" (Libro de la Sabiduría 9, 17).
 
   La primera lectura (Sabiduría 9, 13-18) se centra en la frase propuesta para memorizar, o mejor, para interiorizar el mensaje. La sabiduría que viene de Dios es la verdadera sabiduría. El libro bíblico de la sabiduría se escribió poco antes de venir Jesucristo al mundo y es el que con mayor claridad habla sobre una vida eterna de los justos, en el Antiguo Testamento. No en vano, su tema fundamental es la inquebrantable felicidad de Dios, que nos hace corresponder con un activo discipulado.
 
   En la carta a Filemón (9b-10. 12-17), Pablo le recomienda al esclavo Onésimo convertido por él. Se trata de un nuevo discípulo que debe disfrutar de la igualdad fundamental de todos los cristianos, aunque sea un esclavo, sin diferencia de origen, posición o sexo. Esta carta es de un profundo calado sobre la excelencia de ser discípulo de Cristo.
 
   La enseñanza del  evangelio de este domingo se concentra en su comienzo. Es muy fuerte lo que se exige al discípulo. Dios pide el primer lugar en nuestras vidas, y esa clase de discipulado es muy costosa. Dice el evangelio: "Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo".
 
   Para comprender el texto, debemos afirmar que se trata de una hipérbole de las que usaba el pueblo judío. Es una exageración para causar efecto. Jesús, que siempre nos inculcó el amor a nuestros padres, no se olvida de ello. Jesús, que dijo que la característica más importante del discipulado es amar a todos, incluso a los enemigos, y, por tanto, cómo no, a nuestros padres.
 
   El evangelio nos exige amarlos con todo el corazón pero desde la primacía que tiene Dios, que es el fundamento de todo.
 
   Esta idea es común a todo el Antiguo Testamento y conlleva un determinado modo de ser discípulo. En el Nuevo Testamento, el objetivo de la misión es hacer discípulos a todos los hombres y esto exige que los que ya lo son, colaboren para que se convierta en una realidad. Animémonos, pues, a ser discípulos activos.
 
   Compromiso:
   Si lees bien este comentario a las lecturas, lo deducirás rápidamente.
  
   

 
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