miércoles, 2 de marzo de 2016

IV Domingo de Cuaresma. Ciclo C. 6/3/2016. Lucas 15,12-32

   Hoy es, fundamentalmente, un día de cambio radical. Las tres lecturas van en esa línea. La primera (Josué 5, 9a.10-12) nos presenta al pueblo judío en un lugar llamado Gilgal, cerca del Jordán, y cuarenta años después de la salida de Egipto. La primera generación ya murió, quedó en el desierto, y es tiempo de una generación nueva. Es otra mentalidad, que ve las cosas de otra manera, pero que debe ser fiel a Dios, aunque de forma renovada. Gilgal es el lugar donde lo viejo es redimido. Nuestra nueva mentalidad debe renovar nuestra visión de Dios, de la iglesia y de la religión, pero siempre en el plano de fidelidad al Dios supremo.

   La segunda carta de Pablo a los Corintios (5,17-21) habla, en la lectura de hoy, cinco veces de la reconciliación. Dios, que nos ha perdonado por medio de Cristo, no nos ha pedido cuenta de nuestros pecados. Nuestra obligación es reconciliarnos con Dios y, así, recibiremos la justificación. Lo esencial es un encuentro sincero con Dios en un momento de profunda y sincera oración y pedir sinceramente perdón. Nuestros pecados, por enormes que puedan ser, quedarán automáticamente eliminados de la vista del Señor. Comprométete y realiza esta experiencia. No la olvidarás. Y, si ya te ha perdonado Dios, en tu sinceridad, no necesitas hacer más cosas. Da gracias de verdad y no vuelvas a alejarte de Dios.

   Jesús en el evangelio, relata la parábola del hijo pródigo en respuesta a las murmuraciones de los fariseos y escribas. Sin duda, el hijo mayor es un fariseo o un escriba que trata de hacerlo todo bien y no puede tolerar a quien no obre de esa manera. Es duro como una roca y desconoce lo que es ser receptivo de lo bueno, para lo cual es necesario tener algo del carácter de esponja. Fariseos y escribas necesitan escuchar y saber que el amor de Dios por los pecadores no quiere decir que no ame, o ame menos, a los que han permanecido cerca de El. Debemos siempre alegrarnos, y mucho, de que las personas se acerquen de verdad a Dios aunque sea en los últimos momentos. Y alegrarnos de que reciban el ciento por uno. Cuanto más les toque a ellos, más nos tocará a nosotros. Debemos alegrarnos con la alegría de Dios. Debemos ponernos siempre en las manos del buen Dios y confiar en él.

   La parábola del hijo pródigo es de todos conocida. No obstante se recomienda leer siempre la lectura evangélica para entender mejor este sencillo comentario.

   No hagamos nuestras obras buenas para exigir a Dios, pues él nos dará siempre mucho más de lo que se podría merecer.

   Compromiso:
   Tienes abundantes ideas en el comentario a las lecturas. Medita y actúa.

 
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