jueves, 1 de enero de 2009

2º Domingo de Navidad. 04/01/2009. Evangelio de Juan, cap. 1, 1-5, 9-14

Un primer tema del evangelio de hoy, es el de la vida y la luz. Es un tema que lleva una gran carga catequética. La "Palabra" divina es "proyecto" antes de realizarse y luego se traduce en realidades. Pero esta Palabra siempre contiene vida. Como resultante, el evangelio de Juan debe leerse en clave de vida, de la cual nos llega la luz.

Para los judíos, todo lo procedente de las leyes de Moisés, incluídos los mandamientos, eran la luz que nos lleva a la vida. Por eso era muy importante cumplir toda la Ley de Moisés. Juan, en este evangelio, lo invierte todo, le da la vuelta. Lo primero es la vida, no es la luz. La Palabra contenía la vida (Juan, 1, 4a) y la vida era la luz del hombre (Juan, 1, 4b). Al revés del pensamiento judío. En éste, primero es la luz o Ley de Moisés, y de su cumplimiento o recepción nos viene la vida. Para Juan, reflexionamos primero sobre la vida y de ella nos vendrá la luz. La vida se experimenta y se formula, se sacan conclusiones. Pero sin formulaciones que lleven a la negación de la vida. Sería un absurdo disparar tiros contra la luz que desprende nuestra propia vida. De la vida viene nuestra propia luz. Para el hombre, la única luz es el resplandor de la vida humana, y de la vida divina cuando acampa entre nosotros. Toda vida procede de la Palabra creadora.

Nuestra propia vida podemos experimentarla y expresarla, al menos por aproximación, ya que es una vivencia.

Las conclusiones que podemos sacar de reflexionar sobre nuestra propia vida humana nos conducen a las de la vida divina que va a acampar entre nosotros. Nuestra vida está contenida en el proyecto de Dios Creador; por eso, nuestra vida contiene el proyecto de vivir siempre, el deseo de persistir. El anhelo de vida para siempre es constitutivo de nuestro ser. Por eso, de la vida, de la reflexión sobre la vida, sobre nuestra vida, viene la luz, la luz que es deseo de eternidad. De ahí lo que dice Juan (1,4): <>. Aunque, a veces, surgen las tinieblas porque no reflexionan sobre la vida. Pero, aún así, la luz sigue apareciendo entre las tinieblas, que no son capaces de apagarla. La aspiración a una vida plena ha existido y existirá siempre en el hombre. Es como un injerto de eternidad en el árbol de nuestra vida, que no es vida sin aspiración y cumplimiento de eternidad. Lo exige nuestra propia vida, para que tenga sentido el vivir consciente.

El proyecto creador es que el hombre realice en sí mismo el proyecto para el que Dios le dio vida, vida para siempre. Todo lo que se oponga a esta luz que proviene de la vida, que desea ser vida para siempre, es de por sí una ideología que busca poder, cegando a los demás.

Era ella la luz verdadera (Juan 1,9). Esta luz dada por la vida procede de Dios creador, no de Dios como legislador. Las leyes de Moisés, ni siquiera los mandamientos, no dan vida. Pretenden guiar la conducta de los hombres, de las personas, pero no son luz de verdad, no dan vida. La Palabra creó la vida, nuestra propia vida, pero ella misma, la misma palabra, se hizo vida entre nosotros. Y a cuantos la aceptaron, los hizo capaces de hacerse hijos de Dios si mantienen la adhesión a su persona (Juan 1,12).

La Palabra Creadora hecha vida entre nosotros, es Jesús. Sobre esta segunda parte, iré reflexionando durante el año. Hoy quise profundizar en la primera.

Consejo: Reflexiona, a menudo, sobre el deseo de vivir siempre. La vida que hay en ti, pide vivir siempre. Tu, que reflexionas sobre tu propia vida, lo sabes. Y el creador que puso en ti ese deseo, va a cumplirlo para que la vida tenga sentido. ¡Deja que la vida te ilumine! Cree en la semilla de eternidad que Dios creador puso en ti. No olvides esa luz. No dejes que se apague. La vida se transforma en otra vida, pero no se apaga. Porque tu reflexión no es inútil. Tu reflexión culmina en que de verdad somos Hijos de Dios como se irá viendo a través del año.

 
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