martes, 27 de abril de 2010

Domingo V de Pascua. 02/05/2010. Juan, 13,31-35

Cuando Jesús sale de su última cena con los discípulos, afirma que ahora en la proximidad de su muerte, se manifiesta su gloria, que es la misma gloria de Dios que se manifiesta en él. ¡Qué bonito sentido de la propia muerte! ¿Lo hemos pensado alguna vez? Por nuestra unión con Jesús, también nuestra muerte, nuestro fallecimiento, va a ser una manifestación de la gloria de Dios. Cuando realizamos el proyecto de Dios, manifestamos el amor en su plenitud y esta es la gloria de Dios. Jesús realizó el proyecto de Dios en toda su plenitud y por eso se manifiesta en él el amor y la gloria de Dios, que siempre van juntos. Porque Dios es amor. En la muerte, recibimos una vez más, pero definitivamente el inmenso amor de Dios que responde a nuestro amor demostrado. Y, en Dios, el amor es su gloria, como nos lo recuerda el evangelio de Juan en 1,14.

El amor de Jesús es más fuerte que el odio mortal que le tienen sus enemigos. Dios tiene un amor que no coacciona, no se impone. Dios es puro amor que se ofrece.

Jesús, antes de morir, nos da un mandamiento nuevo: que nos amemos unos a otros como él mismo nos ha amado. No se trata de un mandamiento nuevo que haya que añadir a los ya existentes. Según el texto original griego, se trata de un mandamiento que sustituye a todos los existentes. Es nuevo porque es el único para la vida cristiana. Esto es de capital importancia porque es el estatuto fundacional de la nueva comunidad. El amor que debemos practicar se extiende a todos, incluso al enemigo. El amor debe ser más fuerte que el odio.

Los que ya tenemos una cierta edad, con más razón que los jóvenes, (aunque la muerte llega cuando menos se piensa) podemos decir con Jesús: "Ya me queda poco para estar con vosotros" (aquí en este mundo). Por esta razón, debemos esforzarnos cada vez más en el único mandamiento, el mandamiento del amor. Es imitar a Dios, es hacer lo que él hace. No en vano somos de Cristo.

Dice Jesús: "Como yo os he amado, amaos también unos a otros". La ley de Moisés decía: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo". Esto es muy poco y nos lleva a equivocaciones. El amarme mucho a mí mismo puede llevarme a abusar de los demás. Los hombres de carne no podemos ser la medida del bien del otro. Sólo Jesús, que es el amor del Padre, puede ser la norma del amor. Por eso dice Jesús que nos amemos como él nos ama y no que nos amemos como a nosotros mismos. El amor es el signo distintivo de la comunidad cristiana.

Juan sitúa el mandamiento del amor en el mismo lugar donde Mateo y Marcos colocan la eucaristía. La eucaristía es el recuerdo incesante del amor de Jesús y el compromiso continuo de la comunidad en el amor.

Compromiso:
Profundizar en este evangelio y vivir la eucaristía como encuentro verdadero con Jesús y su amor.

lunes, 19 de abril de 2010

Domingo IV de Pascua. 25/04/2010. Juan, 10,27-30

El evangelio de hoy se refiere a Jesús como pastor. Él dice: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano". En esto, coinciden todos los que habiendo abandonado la fe, vuelven a ella tras un camino más o menos tortuoso. El rasgo que más habla de Dios a estas personas que se reencuentran con Jesús es su misericordia infinita. La experimentan y pueden dar fe de ello. Dios es siempre, para ellos, Amor compasivo. Ellos experimentan cómo Dios limpia la suciedad de su corazón, como si le sacase brillo. Sienten, con sentimiento vivo, que amándole a Él, se le renuevan a uno las ganas de amar. La búsqueda y el reencuentro con Jesús supone un reencuentro con uno mismo.

¡Cómo gusta leer las palabras de Jesús y recordar la experiencia religiosa de tantas personas que viven su adhesión a él! Los predicadores deberían ayudar a las personas a descubrir la experiencia de su vida interior. Experiencia con la que Dios nos enriquece, pero que a veces no sabemos valorar adecuadamente. También sería muy conveniente que se nos diesen a conocer los caminos y las experiencias de otras personas que retornaron a Dios y a Jesús. ¡Son maravillosas! Se nota en ellas que el Espíritu de Dios aletea de verdad.

Cuando las personas se adhieren de verdad a Jesucristo como pastor, ya no hay quien las arrebate de sus manos, de las manos de Jesús y de las manos del Padre, porque, como dice el evangelio de hoy, Jesús y el Padre son una misma cosa.

La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda instancia superior. La crítica a Jesús es crítica a Dios; la oposición a él es oposición a Dios. Y, sólamente debemos obediencia ilimitada a Jesús y a Dios. No debemos ese tipo de obediencia a ningún hombre, llámese Papa u obispo o sacerdote. Ellos están únicamente para ayudarnos y no para aumentar nuestras cargas. No deben olvidarse que nuestro pastor de verdad es Jesús de Nazaret y el Padre Dios.

Práctica:
Analizar nuestra vida y descubrir nuestra experiencia de Dios en nuestra adhesión a Jesús.

lunes, 12 de abril de 2010

Domingo III de Pascua. 18/04/2010. Juan, 21,1-14

El evangelio de hoy es el de la pesca milagrosa. Es propiamente una imagen de la vida de las primeras comunidades cristianas. El mar donde se pesca es el lago de Tiberíades, también llamado de Galilea. Este nombre es nombre judío, de siempre, pero el primero es nombre pagano. Tiberíades hacía poco que era la capital de Galilea y se llamaba así porque había sido construída en honor del emperador Tiberio. En la multiplicación de los panes Juan usa el nombre de mar de Galilea. Ahora usa el nombre pagano de Tiberíades porque se coloca en un contexto de población pagana. No están solo los apóstoles, sino los discípulos en general. Es la comunidad.

Aquí no se habla de los Doce apóstoles. Doce significa la totalidad de Israel: las doce tribus de Israel. Ahora son siete los discípulos presentes. El número siete referido a los pueblos significa la totalidad de los pueblos, incluídos los paganos, como ya anunciaba el nombre de Tiberíades.

Todos van detrás de Pedro a pescar, pero era de noche y no pescaron nada. Fueron a pescar sólo por seguir a Pedro. No pescaron nada, es decir, no pescaron hombres, no convirtieron a nadie porque no contaron con Jesús. Sólamente seguían a Pedro y esto no basta. La noche, en Juan, significa la ausencia de Jesús. Sin Jesús no se puede salir a pescar, es la noche sin Espíritu. Aunque se siga al Papa o al Obispo, sin Jesús no podemos nada.

Jesús se hace presente, pero no lo conocen. Jesús les pregunta, según el original, si tienen algo para acompañar el pan que, generalmente, se acompañaba de pescado. Este era el companático Jesús los pone en evidencia porque no pescaron nada. El les manda echar de nuevo las redes en un determinado lugar, asegurándoles que pescarán. Así es, en efecto. Las redes amenazan con romperse y no pueden con ellas. Ahora, el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce y le dice a Pedro: "es el Señor". Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer sus señales y reconocerlo.

Pedro estaba desnudo (espiritualmente) porque no había contado con Jesús. Al reconocerlo, se llena del Espíritu y queda vestido espiritualmente. Pedro se tira al mar en dirección a Jesús. Sin embargo, Jesús no responderá al gesto de Pedro, se dirigirá siempre al grupo entero. Es la enseñanza del Concilio Vaticano II. La iglesia somos todos, somos el Pueblo de Dios. Y todos debemos contar para aumentar el grupo de los que se adhieren a Jesús. Contar no sólo como niños obedientes a la jerarquía, sino como corresponsables de verdad, con una iniciativa que debe tenerse en cuenta.

Jesús tiene un pescado preparado y pan, pero les pide también que lleven del pescado que cogieron. Los alimentos que ven los discípulos son los mismos que Jesús había repartido en la segunda Pascua: pan y pescado (capítulo 6). No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada, pero lo que se aporta no se obtiene sin él. Jesús coge el pan y se lo va dando, y lo mismo hace con el pescado. ¡Qué maravilla comer en el banquete del Señor!

Práctica:
Pensar en la responsabilidad que tenemos dentro de la Iglesia, aunque la veamos ir por donde no nos gustaría que vaya.

martes, 6 de abril de 2010

Domingo II de Pascua. 11/04/2010. Juan, 20,19-31

En el evangelio de hoy, es significativo que las puertas estaban atrancadas - según el original griego - es decir, no sólo cerradas con llave, sino también con una tranca, cerrojo o barra. Así estaban porque aquella primera comunidad cristiana se encontraba muy atemorizada por miedo a los judíos. La expresión "los discípulos" incluye no sólo a los apóstoles sino, además, a todos los seguidores de Jesús, a todos los que le dan su adhesión. Esta precisión es muy importante.

La comunidad se encuentra atemorizada, oculta, sin valor para hablar públicamente en favor del condenado injustamente. No es suficiente saber que Jesús ha resucitado; es necesario vivir su presencia. Es la que da seguridad y alegría en medio de la hostilidad del mundo. Por ello, Jesús se hace presente en el medio. No entra por la puerta. Está en el centro de la comunidad porque él es para ella la fuente de la vida. Es el primer día de la semana, el domingo, cuando Jesús está en el centro de la comunidad. Es en la eucaristía. Jesús nos da la paz diciendo: "Paz con vosotros".

Jesús les muestra las manos y el costado, pero ellos sintieron gran alegría por verlo. Sopla sobre ellos y les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Juan usa aquí el mismo verbo que cuando Dios sopla sobre el barro y le da vida humana (Génesis 2,7). Ahora, Jesús nos da una nueva vida, una nueva experiencia interior. Es la vida definitiva que supera la muerte física.

Y continúa Jesús como nos dice el original griego, no con la mala traducción del misal: "A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados". Juan no concibe el pecado como una mancha, sino como una actitud del individuo. Pecamos porque nos hacemos cómplices de los sistemas opresores del mundo. Cuando somos admitidos en el grupo cristiano, rompemos con esos sistemas opresores y entonces la comunidad declara que nuestros pecados ya no cuentan.

Jesús, al decir esas palabras, las dice a todos los discípulos, no sólo a los sacerdotes o a los apóstoles. Entrar a ser de la comunidad creyente, que tiene la vida del Espíritu, supone un cambio de valores. Ahora son los valores del amor, de la fraternidad. Quedamos libres de nuestros antiguos pecados de injusticia y opresión. La comunidad nos da el Visto Bueno.

Esta presencia de Jesús en el centro de la comunidad, sucede al anochecer y el día primero de la semana, es decir, cuando los primeros cristianos celebran la eucaristía.

No podemos tratar lo referido a Tomás en la segunda parte de este evangelio por falta de espacio. Perdón.

Práctica:
Buscar el recibir frecuentemente a Jesús que se hace presente en medio de su comunidad y nos comunica su espíritu.

 
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