lunes, 27 de junio de 2011

Domingo XIV del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 03/07/2011. Mateo, 11,25-30

   En este evangelio, Jesús empieza rezando y dando gracias al Padre. Dice así, "Yo te bendigo Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla". Jesús aprendió a rezar desde niño. Los judíos piadosos levantaban su corazón a Dios, en cualquier momento del día, para alabarlo con una oración típicamente judía, llamada "bendición". Esta comienza diciendo: "¡Bendito eres, Señor!" o algo parecido. A continuación se relatan las cosas por las que se dan gracias. Para un israelita todo puede ser causa de bendición a Dios para darle gracias por diversos motivos: el despertar, el acostarse, las lluvias, el sol, un hijo en las diferentes etapas de la vida, un nieto... Jesús respiró desde niño esta fe llena de acción de gracias y alabanza a Dios. Agradecemos al evangelista de hoy que, además del Padre nuestro, nos recuerde este tipo de oración que Jesús hacía, como buen israelita, varias veces al día.

   Viene a continuación un eco de la fiesta de la Santísima Trinidad. Jesús nos habla de la relación mutua entre el Padre y El. Si a los hombres nos enriquece la vida de relación con los demás, no podemos negar a Dios una vida íntima y misteriosa e infinita de relación. Relación íntima porque Dios se basta a sí mismo y relación infinita, indefinible y misteriosa porque, aunque digamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, el resultado de esa relación es el infinito e indescifrable misterio de ese Dios infinito.

   Los sabios y entendidos no captan el sentido de las obras de Jesús como Mesías. La insinceridad de aquellos los incapacita para captar el sentido de la predicación y de las obras de Jesús. Es el fruto de las ideologías, que en Jesús no existen. Jesús rompe con todas las de su tiempo. Su predicación es sencilla y con pocas obligaciones. Estas nacen del amor. Por esta razón termina Jesús diciendo: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados". Por las enseñanzas de esos sabios y entendidos que os complican la vida. El yugo de Jesús es llevadero y su carga ligera. ¡Cuántas almas de corazón sencillo han sabido llegar a Dios y vivir realmente una vida de bendición continua! No hacen falta muchas cosas. La oración sencilla varias veces al día, el amor al prójimo, recibir con frecuencia a Dios en la comunión y saber pedir a Dios, de verdad, perdón de nuestros pecados. Todos tenemos pecados, hasta los más santos.

   Compromiso:
   No avergonzarse nunca de dar testimonio de Cristo, como creyentes que somos.

 
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