martes, 15 de julio de 2014

XVI Domingo del Tiempo Ordinario 20/7/2014. Ciclo A. Mateo 13, 24-43

   La primera lectura del libro de la Sabiduría (12, 13. 16-19) comienza hablando de Dios como del único Dios, por encima del cual no hay nadie. Por esa razón, Dios no tiene que dar cuenta a nadie de sus actos y puede perdonar todos nuestros pecados. Dios es demasiado bueno y nos perdona con gran amor. Esa forma de ser de Dios nos estimula, a todos, a ser también humanos con los demás. En medio de nuestros pecados, deja espacio para que sepamos arrepentirnos.  

   Todo lo anterior está en relación con las buenas vibraciones que nos da el Espíritu. Es el tema de la segunda lectura (Romanos 8, 26-27). Los creyentes, como personas que vivimos de la fe, sentimos cómo el Espíritu nos ama con gemidos inenarrables. Siguiendo a los Padres griegos, el Espíritu nos traduce, como si dijéramos, lo divino a los términos que los seres humanos podamos captar y comprender, hasta donde es posible.

   En esta misma línea, los primeros cristianos judíos utilizaban el término Espíritu para describir la presencia inmanente de Dios en ellos, lo que los llenaba de una energía vivificadora y los capacitaba para comprender el profundo significado de la misión de Jesús.

   No despreciemos las vibraciones del Espíritu que hay en nosotros.

   En el evangelio de hoy se nos presentan tres parábolas. Si deseamos encontrar una parábola en el Nuevo Testamento, casi seguro que si vamos al capítulo 13 del evangelio de San Mateo, la encontramos allí. Es un capítulo que las reúne. Es una forma de componer un libro. No quiere decir que Jesús las pronunció todas de una vez. Las parábolas de este domingo son tres: la de la cizaña, el grano de mostaza y la de la levadura. Son parábolas del reino de los cielos, no de la Iglesia. Durante muchos años se enseñó en teología y en los catecismos de la Iglesia Católica, que el reino de Dios era la Iglesia. Hoy día, salvo en los grupos conservadores católicos, ya nadie se atreve a decirlo. Esos grupos tienen, manifiestamente, una fe ideologizada, como diría el Papa Francisco. El reino de Dios, o de los cielos, abarca más que la Iglesia. ¡Cuánta gente hay que no conoce a Cristo y pertenece, sin embargo, al reino de Dios, porque lo aman y ayudan al prójimo!

  Las tres parábolas de este domingo comienzan afirmando que el reino de los cielos se parece al sembrador, en cuyo campo aparecen la buena cosecha y la cizaña; también se parece a la semilla de la mostaza o a la de la levadura. Las tres son fáciles de entender, pero deberíamos recordar el comentario del domingo anterior.

   Al final del evangelio de hoy, se afirma que los corruptores y malvados serán arrojados al horno encendido. Los justos, en cambio, brillarán como el sol, junto al Padre Dios. ¡Cómo tendrán que ser esos corruptores y malvados, para que merezcan tal castigo, después de haber escuchado la primera lectura!

   Compromiso:
   Procura vivir cerca de Dios, para ir reconociendo la labor del Espíritu en tu interior.

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