martes, 11 de diciembre de 2018

III Domingo de Adviento. Ciclo C. 16/12/2018. Lucas 3,10-18

   Hoy es el Domingo de la alegría. Tanto la primera lectura como la segunda comienzan con la expresión alégrate o alegraos.

   Para recordar, tiene gran importancia: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Esta frase resume todo el fuego interior y amor con que arderán nuestros corazones en la presencia del Señor. Pertenece a la lectura evangélica.

   El libro bíblico Sofonías (3, 14-18) nos menciona la alegría que nos viene del Señor cuando notamos su presencia. No obstante, incluso en momentos de lejanía del Señor se complace en nosotros y nuestras manos no deben desfallecer jamás.

   La segunda lectura es de la carta de Pablo a los Tesalonicenses (4, 4-7). Nos ordena que nos alegremos y nos lo repite. El cristiano debe ser una persona alegre. Nos dice el apóstol Pablo que en todo momento, en toda ocasión, nos acordemos de Dios. Debemos vivir en la presencia de Dios, acordarnos de El, decirle que lo amamos de verdad. Cuando esos actos de amor a Dios fluyan de nosotros, alegrémonos de verdad, demos gracias a Dios. Cuando no nos fluyan con cierta facilidad como regalo divino, no nos exasperemos, conservemos la calma y echémonos en los brazos de Dios. Tengamos confianza en que volveremos a recibir ese don de la divina providencia.

   El evangelio nos presenta dos enseñanzas fundamentales para nuestra vida cristiana. La primera es el amor, la caridad con los propios bienes y con desprendimiento. Pero, además, debe practicarse según el trabajo de cada uno, según su profesión.

   Fue grande el movimiento religioso iniciado por Juan el Bautista. Todos estaban expectantes y Juan se ve obligado a presentarse y aclarar que él no es el mesías. Entonces, hablando de Jesús, pero sin mencionarlo, anuncia su bautismo que traerá la fuerza del Espíritu Santo; como un fuego vivo será. Esta afirmación es de una importancia excepcional, pues siempre debe haber una correlación entre las verdades de la fe y nuestras experiencias vitales. Y esto lo produce en nosotros el fuego del Espíritu Santo. Cuando un creyente recibe la comunión con fe, se refleja en su interior, en su recogimiento. Lo mismo sucede con otras vivencias religiosas, que son un testimonio de fe. La muerte de las personas creyentes de verdad es un reflejo de la fe que proyecta su interioridad. La persona de fe profunda manifiesta una serenidad, una seguridad que viene de lo alto, tal que muchos quisieran para sí. Es el regalo del Espíritu Santo.

   Compromiso:
   Vive la fe de modo que te percates de su fuerza interior.

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